La «nueva normalidad», por Luis Alberto Buttó
Con vista al futuro, en cierto modo cercano, aquellos de nosotros que podamos hacerlo, deberíamos preguntarnos en torno al mundo que enfrentaremos una vez transcurrido el desesperante trance que terminará siendo la actual pandemia. Atravesado el desierto en términos de contemporaneidad, nos tocó ver la enfermedad y sus terribles alcances no como información recogida en libros de historia, sino, desafortunadamente, cara a cara, de forma tal que en las páginas escritas a toda velocidad sobre las horas presentes, de seguro cada uno tendrá algo que contar sobre la experiencia vivida y las secuelas correspondientes. En esa narrativa habrá (hay) dolor de por medio. Pero, también, de seguro, habrá (hay) esperanza.
Cabe preguntárselo, más allá del agradecimiento eterno por quienes, como se sabe y repite, estuvieron en la primera línea de batalla, dando el todo por el todo para que el sufrimiento, el espanto y la angustia de sus congéneres fueran lo menor posible. Cabe preguntárselo, más allá del juicio que ciertamente tendrá que hacerse a aquellos que no estuvieron a la altura del momento que tuvieron entre manos, siempre pendientes de otros intereses, no precisamente los vinculados con la persona humana, o atrapados, como era de esperarse, en la incapacidad de superar su innata y característica incompetencia.
Cabe preguntárselo, aun más, dado el caso de la entronización en escritos y conversaciones, en redes y medios, de la expresión «nueva normalidad». Con ella en mente, pareciera entonces que, a la vuelta de lapsos todavía por descifrarse, el mundo será ideal o digerible tan sólo porque el paisaje público esté saturado de personas que realizan sus actividades cotidianas de trabajo, educación, etc., con parte del rostro cubierto, portando gel antibacterial y guardando entre sí aconsejable distancia. Así las cosas, de nuevo, la «normalidad» se hará presente. ¿Cómo pensar de esta manera sí, ciertamente, lo anormal era, de antemano, la nota dominante?
Luce alarmante, desconsiderado y ofensivo además para los que padecen lo insufrible día tras día, que en nuestra realidad social, donde los desequilibrios, las heridas y las rupturas son tan profundas y lacerantes, al punto que costará mucho tiempo y esfuerzo cerrarlas y/o superarlas, alguien pueda considerar normal el estado de cosas pre-pandemia, salvo, por supuesto, que se recurra al cinismo de los cómplices o usufructuarios del cuadro dantesco donde los más están apartados del bienestar elemental.
Por supuesto, cierta fraseología desgastada podría decir que los males sociales son globales y no exclusividad de un determinado país. Es el intento descarado y farsante de naturalizar lo que en modo alguno puede o debe entenderse natural.
Ya desde antes, hubo muchos que con desparpajo vociferaron (vociferan) que fenómenos como la delincuencia ocurren en cualquier parte del mundo, en especial donde se experimenta la «crisis terminal» del capitalismo, proceso éste citado así entre comillas, pues los plumíferos que lo han cantado lo que han visto es derrumbarse la irracionalidad, injusticia y perversión de cualquier tipo de socialismo, en especial el que defienden desde su parcela privilegiada. En fin, para gente de este tipo la realidad de las cifras es irrelevante, lo que vale es la ideología hueca y delirante.
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En todo caso, es nuestra realidad las que nos golpea de frente, en carne propia. Por eso la hipocresía, la inconveniencia o el despropósito de desdibujarla en planos mayores con extensión de mapamundi. Es un padecer del cual sobran los testigos. Si de algo es consciente el mundo es de las magnitudes de la tragedia que opera a lo interno de estas fronteras. Vergüenza de puertas adentro donde la mayoría sabe lo que significa rastrear sitios para llenar un envase de agua o donde se hace innecesario que alguien venga a traducirle a la gente expresiones del tipo economía precaria. El grueso de los venezolanos trata afanosamente de sobrevivir. Lo demás es cuento de camino.
En consecuencia, en nuestro caso, el discurso no debería centrarse en volver a la normalidad, sino en hacerla trizas, dejarla atrás. En esta geografía lo que debe buscarse con prontitud es una nueva sociedad, ésa donde la vida sea un don y no una condena.
Donde las injusticias a las que se nos somete a los que apenas tenemos presente no sea el destino de aquellos a los que todavía les crece el futuro. A muchos podrá resultarles tamaña tontería, pero también a punta de palabras se va construyendo el mundo que es menester soñar. Primero fue el verbo, sentenció el evangelista. Seamos conscientes de que hay que edificar lo emergente, no retornar a la supuesta normalidad. Hagamos la tarea, comenzando por nombrar las cosas adecuadamente.
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