La silenciosa lucha de las librerías en Venezuela
Desde 2013, el comercio de libros en Venezuela enfrenta dificultades con la importación, la caída del consumo y el cierre de cadenas de librerías. Para algunos, la venta de libros usados ha sido la clave de la salvación de sus negocios. En los últimos diez años, se calcula que han cerrado entre 60% y 70% de las librerías en el país, pero quienes mantienen las puertas abiertas buscan lectores y nuevas oportunidades
Los espacios culturales en Venezuela han luchado silenciosamente por sobrevivir en medio de la crisis política y económica que atraviesa el país. En 2018 cerraron 80 librerías en el país, de acuerdo a la Cámara Venezolana de Editores (CAVE). Desde entonces, las santamarías no han dejado de bajar.
También en 2018, Lugar Común, ubicada en Altamira, cerró sus puertas tras siete años en el mercado. Durante 2021, cerraron otras dos librerías en Caracas: Entrelibros y Estudios, ambas ubicadas en el municipio Chacao.
Una de las últimas víctimas de estos sucesivos cierres fue Alejandría, ubicada en el centro comercial Paseo Las Mercedes de Caracas, que pasó el cerrojo definitivo a sus puertas el pasado 17 de abril.
Esta era la última sede de Alejandría, luego de la clausura de otros tres locales, dos en la capital y una en Mérida, que operó durante 25 años hasta 2020. En octubre de 2022, la librería anunció la liquidación de su inventario por cierre a través de sus redes sociales. Actualmente, continúa haciéndolo a través de Instagram. En una entrevista a Radio Fe y Alegría, César García, dueño de Alejandría, señaló que lo ocurrido fue «consecuencia de un proceso de deterioro continuo en el mundo de las librerías».
En los últimos diez años, se calcula que han cerrado entre 60% y 70% de las librerías en el país, de acuerdo al director de la Cámara Venezolana del Libro (Cavelibro), Julio Mazparrote.
El sector del libro fue uno de los más afectados por el desplome económico de Venezuela. En el año 2013, dejaron de entregarse dólares preferenciales para el importe de libros por parte de la Comisión Nacional de Administración de Divisas (Cadivi), lo que ocasionó vacíos en los estantes de las ventas de textos nuevos, explica Mazparrote.
«Los libros desaparecieron del mercado venezolano», dice Ignacio Alvarado, dueño de la librería exprés Libroria y librero desde hace 18 años. Atribuye las razones al cese de la importación de libros y las distribuidoras, pero también sostiene que no hay mercado de libros en el país. «El público no existe. Se ha ido buena parte de él y lo que queda no tienen dinero para comprar libros. La consecuencia ha sido que murieron las librerías en Caracas», indica.
Las editoriales, las distribuidoras y las imprentas de libros también se vieron afectadas por la caída del consumo y por las dificultades económicas para la producción en el país. Los sellos editoriales Penguin Random House y Océano se fueron en 2014. En 2017, Ediciones B les siguió el paso, tras ser adquirido por el primero.
Katyna Henríquez Consalvi, gerente general de la librería El Buscón, ubicada en el espacio artístico Trasnocho Cultural en Caracas, señala que la salida de estas casas editoriales transnacionales fue uno de los factores que llevó al colapso de librerías, porque se quedaron sin libros que vender.
En cuanto a las imprentas, Mazparrote indica que se han reducido a 15% de su capacidad, aproximadamente, y que imprimen tirajes de 3.500 libros, principalmente de textos escolares «que es una demanda más o menos sostenida».
En Cavelibro, que agrupa tanto a librerías como imprentas y distribuidoras de libros, había 110 afiliados para 2013. Para 2023, esta cifra se redujo apenas a 30. «La gran mayoría de las que se han desafiliado son las importadoras de libros porque estaban protegidas por Cadivi. En la medida en que se cerró ese sistema, traer libros desde el exterior se volvió un negocio difícil», explica el director.
Por si fuera poco, ha habido un cierre importante de editoriales. En el área de textos escolares, había alrededor de 35 editoriales registradas en la CAVE en el año 2010. A día de hoy, quedan ocho.
Aunque no hay una cifra exacta sobre cuántas editoriales dedicadas exclusivamente a la literatura quedan en el país, Mazparrote sostiene que aquellas que sobreviven, imprimen bajo demanda tirajes de entre 50 y 100 ejemplares «para no acumular inventario y cubrir la demanda de los nichos que se mantienen vivos».
Henríquez comenta también que los altos costos de impresión, maquetación y distribución afectaron la producción de libros en el país y esto, a su vez, incidió en la falta de oferta de las librerías. «No teníamos libros de afuera, pero tampoco teníamos libros nacionales».
En el país, las grandes cadenas de librerías han cerrado masivamente. Nacho cerró sus 38 sucursales, Las Novedades cerró sus 10 sucursales y Tecni-Ciencia Libros pasó de tener 18 sedes a siete, de acuerdo a cifras de Cavelibro. Las que no han cerrado, han tenido que diversificar su oferta a productos como juguetes o útiles escolares.
Mazparrote sostiene que el cierre de librerías significa el cierre de la cultura en Venezuela. «Si no hay producción y venta de libros, la cultura se estanca porque el libro es uno de los mejores soportes para transmitir cultura de un país. Eso es lo más preocupante del cierre de librerías», sentencia.
Libros huérfanos
Algunas librerías aún sobreviven. Este es el caso de El Buscón, La Gran Pulpería del Libro Venezolano y Libroria, en Caracas. Las tres tienen algo en común: se dedican a la venta de libros usados.
Desde su creación en 2003, El Buscón se ha especializado en la venta de libros raros, agotados y de segunda mano, así como de libros venezolanos. Lo que inició como una apuesta arriesgada, con el tiempo se convirtió en su salvación, puesto que pudo mantener su oferta cuando dejaron de llegar libros nuevos a Venezuela. «Esa es la razón por la que El Buscón todavía sigue en pie», recalca Katyna Henríquez, su gerente general.
Sus libros provienen de intensas búsquedas bibliográficas para conseguir libros antiguos o poco comunes o de los escasos libros venezolanos que se publican, pero en su mayoría se rescatan de bibliotecas privadas de personas que han emigrado y deben dejar atrás sus colecciones. «El éxodo ha hecho que tengamos más libros, paradójicamente».
En la avenida Las Delicias, La Gran Pulpería del Libro Venezolano experimentó una suerte similar. Fundada por Rafael Ramón Castellanos en 1981, se mudó del pasaje Zingg a Chacaíto en el año 2000 por falta de espacio.
En la actualidad, tienen tres millones de ejemplares, todos con dueños anteriores, y un millón y medio de títulos, por lo que ya no buscan comprar más. «El libro usado siempre va a estar ahí», recalca Rómulo Castellano, actual dueño de la librería.
Castellano reconoce que trabajar con el libro usado es una gran ventaja, pues, además de tener una abundante fuente de mercancía, le permite ofrecer precios más bajos, de tres dólares en adelante.
Esta es una de las razones por las que la Pulpería ha podido mantenerse a flote en los últimos años. Para procurar que la librería siga abierta por muchos años más, ha optado por mantener los precios «a raya», con apenas los ingresos suficientes para mantener el alquiler y pagar a los empleados.
Por otra parte, Alvarado inició con Libroria en 2005 a través de Internet. Luego, se mudó a un local en Las Mercedes, que cerró en 2012. Desde entonces, se mudó a una casa en San Román para trabajar a puerta cerrada.
También se dedicó a la venta de libros usados desde su comienzo y su colección personal fue su primer inventario. Al igual que Henríquez, sostiene que en la actualidad hay mucha oferta de personas que se han ido del país y venden sus bibliotecas.
Reconoce que vender este tipo de libros es una de las principales razones por las que ha podido mantener la librería, así como no contar con un local comercial propiamente. En su librería de remates, los precios van desde uno a tres dólares. «El libro usado es más barato de adquirir y tiene mayores márgenes de ganancia», señala.
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Lectores hay
A pesar del cierre de librerías y la caída del consumo, en Venezuela todavía se lee.
En la Pulpería, dos clientes emergen del sótano, un mar de páginas de 832 metros cuadrados, con dos ejemplares en mano. Uno de ellos se detiene a observar las vitrinas del pasillo, en las que se guardan más libros. Descubrieron la librería en 2022 y la siguen visitando por los tesoros que allí encuentran en cada ida.
«Siempre venimos para acá. A veces con la intención de comprar un libro, a veces solo con la intención de verlos, pero siempre uno termina llevándose algo», dice Bernardo Ramos, el asiduo visitante.
De acuerdo a Castellano, en la Pulpería ocurre algo muy especial, pues son los libros los que escogen a su lector, como en el cementerio de los libros olvidados de Carlos Ruiz Zafón en El nombre del viento, a donde iban a parar todos los ejemplares sin dueño. «Tú vas caminando y vienes buscando otra cosa, pero de seguro un libro va a saltar y te va a decir: ‘Adóptame, llévame a tu casa'».
Aunque admite que el libro digital es una amenaza y que la tendencia mundial es hacia la baja de las ventas de libros físicos, tiene una serena confianza de que el papel nunca será completamente desplazado por las pantallas. «Ese placer de pasar las hojas, de ver que te falta poquito y terminar el libro. El papel tiene muchas cualidades que lo digital no va a tener nunca».
También asegura que es normal ver caras jóvenes en la tienda. «Esta generación está leyendo muchísimo, y eso para mí es una esperanza. Tienen esa curiosidad de conocer el pasado y no quedarse sólo con la tecnología».
Alvarado también expresa que en el país hay buena receptividad al libro. «Aquí hay mucha gente que aprecia los libros y que les gusta leer. El problema es que no tienen poder adquisitivo», indica.
«La hemos ido perdiendo», dice Henríquez sobre la cultura lectora en el país. «Aquí había políticas de libros, teníamos librerías fabulosas. Antes teníamos un estado que apoyaba la producción editorial y que apoyaba además el mercado del libro», sostiene.
Mantenerse en pie
«Nadie se hace millonario vendiendo libros», asegura Castellano tras el mostrador de la Pulpería y señala que el oficio del librero es uno que se ejerce por vocación para guiar a las nuevas generaciones que quieren aventurarse en el mundo de las letras.
Henríquez, por su parte, dice que el principal reto al que se enfrentan las librerías es el de mantenerse en pie y no ceder estos espacios culturales. «La terquedad nos hace mantenernos a flote», explica, «y el compromiso de resistir justamente porque quedan pocas».
Expresa preocupación ante este continuo cierre de librerías porque considera que el libro es «el mayor alimento del espíritu» y que este es un instrumento fundamental para el desarrollo cultural de un país. Además, sostiene que estos son espacios en los que se ejerce la democracia y la civilidad. «En la medida en que haya librerías abiertas, todavía podremos tener lugares para la vida civil e incluso democrática».
Promoción de la lectura
Henríquez destaca que ha habido una ausencia total de diálogo por parte del gobierno con el sector. «Hay una falta de políticas gubernamentales en relación al tema del libro, a la promoción de la lectura y a proyectos que anteriormente se hacían a favor de la promoción del libro que fueron desapareciendo de nuestro ámbito cultural», explica.
La librera recalca la importancia de que existan estas políticas de promoción para incentivar el consumo de libros en el país. «No podemos dar por sentado que somos un pueblo que no lee, porque el pueblo lee cuando se le educa». También destaca que las ferias de lectura que se organizan en la actualidad están ancladas al proselitismo político, «que no es la idea porque el libro es libertad también».
Mazparrote señala que ha habido acercamientos con el Ministerio de Cultura para tener conversaciones sobre cómo puede ayudar el Estado a las librerías. «La necesidad más grande que tiene el sector es que crezca la demanda de nuevo y para ello simplemente la economía tiene que mejorar», explica.
También comenta que la Cámara del Libro se ha acercado al Centro Nacional del Libro, dependiente del Ministerio de Cultura, para plantear la discusión de una nueva ley del libro que incluya las nuevas tecnologías, así como generar un plan que permita dotar a los estudiantes desde la etapa inicial hasta la universitaria de libros adaptados a cada nivel para estimular la lectura en las escuelas.
Sin embargo, recalca que apenas se encuentran en fases de conversaciones. «La idea es que podamos tener resultados muy pronto porque el libro es un tema de gran importancia cultural y social, y la iniciativa del sector privado tiene que ir en conjunto con lo público».
Resalta que en el país se dejó de lado el libro nacional por las grandes importaciones que se realizaban en la época de Cadivi, por lo que ahora hay una mayor posibilidad de desarrollar la literatura venezolana.
Rescate de la historia: el Museo del Libro Venezolano
Entre vitrinas de vidrio, olor a madera y muchas carátulas de cuero, se encuentra el proyecto que Alvarado tiene en mente desde 2019: el Museo del Libro Venezolano.
En una quinta blanca ubicada en una esquina de San Román, en el municipio Baruta, donde actualmente funciona su librería de remates, se pueden observar todo tipo de libros venezolanos. Algunos por clasificar, otros ya clasificados.
Entre sus exhibiciones, se encuentra un manuscrito de 1747, 22 años antes de que llegara la imprenta a Venezuela. «Eran rarísimos los libros en Venezuela», señala Alvarado.
También está un ejemplar que no se encuentra ni en la Biblioteca Nacional: la primera edición de Doña Bárbara, del escritor venezolano Rómulo Gallegos, publicada en 1929 e impresa en Barcelona, estado Anzoátegui.
La idea de crear este espacio surgió cuando inspeccionaba las bibliotecas privadas que le ofrecían para la librería. En esas colecciones, observaba libros venezolanos que no conocía y que, sospechaba, tendrían gran valor histórico para el país.
El museo lo ha construido de la mano de María Ramírez Delgado, licenciada en Filosofía, quien también comparte el amor por los libros. Para decidir qué obras se exhibirán en el museo, evalúan la antigüedad, ya que cualquier libro venezolano que sea del siglo XIX lo consideran valioso, la belleza editorial de las ediciones y la importancia que cierta obra haya tenido en el pensamiento venezolano. «En ese caso, buscamos tener las primeras ediciones», explica Ramírez.
Aunque aún no está abierto al público, Ramírez aclara que el museo no funcionará como una biblioteca ni un centro de consulta, puesto que los libros estarán protegidos tras vitrinas para evitar que los visitantes manipulen las obras. El fin principal es conservarlas.
Afirma también que el mayor reto al que se enfrentan en el museo es la supervivencia financiera. «Si consigues un poquito de dinero, se lo va a devorar el país», comenta. Alvarado, por su parte, aclara que los fondos del museo provienen de las ganancias de Libroria, pero está en busca de mecenas o instituciones que aporten dinero para impulsar este proyecto. «Solos no podemos», resalta.