La tradición del bautizo de muñecas, por Rafael A. Sanabria M.
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En el mes de marzo de cada año se celebra en la rural población aragüeña de San Francisco, la inocente tradición de bautizar muñecas de trapo. Es una costumbre que se remonta al siglo XIX, en la que confluyen varias actividades que involucran a varios grupos y que refuerza los lazos internos de la comunidad.
San Francisco está situado junto al viejo camino de los españoles, que une el valle de Caracas con los valles de Aragua. Era paso obligado al lado del río Tuy, donde se alineó población hispana, que dio origen a una hilera de haciendas que se formaron desde finales del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XVII. En 1866 se inauguró la carretera de macádam, hoy llamada carretera Panamericana, con lo que el sitio dejó de ser lugar de paso obligado.
Diferentes cultivos se daban en la zona, destacando el añil, café, cacao y sobre todo la caña de azúcar. San Francisco es un vecindario habitado desde siempre por hombres y mujeres que trabajaban en condiciones de peones libres. Otros eran esclavos, jornaleros, medianeros o agricultores independientes que cultivaban sus propios conucos.
La jurisdicción es aledaña al que llamaban Valle de Cáncer y tiene importancia histórica porque fue lugar de encuentros armados entre los españoles y la resistencia indígena. Tanto que fue llamado Valle del Miedo, bautizado así porque fue lugar propicio para las emboscadas.
Situados ya geográfica e históricamente, entramos a conocer esta tradición. Se puede desglosar en varias vertientes. La primera sería la elaboración de las muñecas por parte de las hacendosas mujeres y jóvenes de la comarca. Confeccionaban sus muñecas con retazos de tela que guardaban, también eran hechas con tusa y barba de jojoto.
La ceremonia del bautizo tenía su propio “templo”: la Cueva de los Cochinos, llamada así por una mítica cerda con sus cerditos que deambulaban en las noches.
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Se adornaba la cueva con flores de trinitaria y plantas silvestres. Además con piñatas de tapara, a las que le sacaban la pulpa y las colocaban al sol por seis días, antes se les abría dos orificios en la parte superior para luego ser adornada con papel de pulpería, en el presente con papel de seda, la pega utilizada el engrudo. Para la época no había luz, se alumbraban con lámparas de kerosén y carburo. Lo cierto es que desde la Cueva de los Cochinos, los padrinos, sacerdote, bautizados y demás lugareños se iban en caminata hasta San Francisco, dándole colorido con el baile pintoresco de la burra, de Don Antonio Tovar.
Una ceremonia de la que hay una detallada relación es de noviembre de 1940, celebrada previo a las fiestas patronales en honor a la Inmaculada Concepción (26 de diciembre). En aquel entonces un grupo de jornaleros escribieron la partida de nacimiento de esta tradición. Para la ocasión ofició de sacerdote Don Rafael Antonio Delgado Peña, quien hizo la parodia del rito cristiano del bautismo, utilizó como sotana un impermeable negro. Otros recursos utilizados para el ritual fueron un vaso de agua del río Tuy, un plato con sal y una vela, para que luego «el padre» pronunciara el nombre de cada muñeca bautizada, de los padrinos y seguidamente la siguiente frase: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Sal te unto a tus dulces e inocentes labios como nuevo cristiano».
Como en toda fiesta nunca falta la bebida, se preparaba la guarapita con papelón, limón y aguardiente. La música al ritmo del conjunto El Conde integrado por: Pedro Pablo Romero, Isidro Martínez, Juan Requena, Francisco Blanco, Juan de Dios Rivas y Castor Tovar. Las melodías de este grupo es un híbrido local que constituyó el ritmo de la época, musicalmente y como expresión bailable, de gracia muy original.
En este trozo de tradición tiene la gastronomía y la dulcería criolla su participación. El dulce de lechosa, las conservas de coco, las hallaquitas, el sancocho en totuma, el carato, el papelón con limón y el majarete eran y son nervios y sazón en el bautizo de las muñecas de trapo.
Actualmente la tradición sigue viva en la colectividad de San Francisco, quienes a pesar de los avances tecnológicos, su sentido del tiempo permanece intacto. Cada año la población se reúne para efectuar los bautizos de muñecas de trapo. Es el objeto patrimonial de San Francisco, pero también la tradición donde se acunan los sueños y la fantasía, donde se cobija el compartir, la fraternidad, el compadrazgo del tiempo, se guardan las palabras pronunciadas en la improvisada pila bautismal y el nombre de la primera ahijada como pertenencias que transcurren en los días.
¡Compadre! ¡Comadre! Se escucha de un confín a otro. Actualmente se han ido agregando nuevos elementos: grupos de danzas y bandas de concierto. Pero siempre manteniendo la esencia del ritual.
Esta tradicional manifestación folklórica aún presente hoy en día, representa la verdadera palabra con respeto a la presente propuesta, es el verbo de los vecinos y demás ciudadanos de El Conde y San Francisco. Resultando interesante, por demás, escudriñar estas voces en la manufactura de reseñas – como esta colmada de encanto y sencillez pueblerina, donde la comunidad, los hombres y mujeres que la integran preservan y desarrollan sus propios códigos, construyen su propio lenguaje, hacen su propia cultura. Porque la cultura popular es la que hace el pueblo mismo.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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