Las 22 arepas de la abuela de Argenis, por Miro Popić
Me fui a Adícora a vender arepas porque mi abuela me dijo que las vendería todas, toditas, las 22. Así me gustaría comenzar esta historia. Se fue caminando como el hijo de un tal Pedro Páramo cuando se vino a Comala porque le dijeron que allí estaba su padre. Desde entonces, el 22 es un número enigmático en la historia de la arepa en Venezuela. Me enteré hace pocas semanas en la entrega de premios que anualmente realiza la Academia Venezolana de Gastronomía. Bien como de la suerte o de lo que sea, a cada uno le corresponde un número que marca su vida. Este es sólo un pequeño relato de uno de esos números que van sumando nuestras vidas.
Antes de que existiera la harina precocida de maíz, el trabajo de hacer arepas era más complicado y sacrificado. Para que se enteren los generadores de contenido que no vivieron esos momentos. Se hacían con maíz pelado o con maíz pilado, que parecen igual pero no son lo mismo.
El #maízpilado requiere de un pilón y de brazos firmes como los de los esclavos en la época colonial. Se desgrana el maíz seco, se limpia, se pone en el pilón (o en una piedra de moler) y luego le caen a golpes, acompasadamente, como en la canción, io, io, dale duro a ese pilón, uno de los famosos cantos de trabajo de nuestro folclore. Cantos repetitivos para aliviar el esfuerzo y también para sincronizar la tarea con la llamada y su respuesta. Una vez molido, se mezcla con agua para hacer la masa y transformarla en arepas que van al budare o al caldero.
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El #maizpelado se hace desgranando el maíz seco y, una vez libre de impurezas, se pone a remojar en agua con cal o cenizas y luego se hierve para que afloje la concha. Una vez retirada la cutícula se procede a molerlo para hacer la masa. Es más nutritivo de esta manera, además de que se enriquecen sus propiedades gustativas gracias a los cambios químicos que se producen en el grano, conservando un sabor ligeramente dulce y una textura almidonada.
Las arepas hechas con maíz pelado se llaman arepas peladas o #arepapelá, son una verdadera fiesta. El proceso es más laborioso y prolongado, pero recompensado con creces con solo probarlas.
Así se hizo por siglos mientras fuimos un país campesino, agrario, ligado al conuco. La violenta transición de rural a urbano en menos de dos generaciones, a comienzos del siglo pasado, trastocó nuestras costumbres y la arepa comenzó a ser desplazada por otras opciones menos laboriosas y más prácticas, ligadas a la harina del grano europeo. Era más fácil comprar un pan ya listo en la panadería de la esquina que ponerse a pelar maíz a las 4:00 a.m. para mandar a los muchachos a la escuela con su arepa en la lonchera. En 1960, luego de diversos intentos de muchos emprendedores, especialmente Luis Caballero Mejías, logró concretarse la elaboración industrial de harina precocida de maíz con la Harina P.A.N., y como dijo la publicidad de la época, «Se acabó la peladera». Bueno, es un decir, porque la mayoría seguimos pelando y no precisamente maíz.
Nuestro período especial económico cuando no se conseguía nada en los anaqueles, revivió en nosotros la necesidad de volver a pelar maíz para hacer las arepas cotidianas. Las generaciones criadas con arepas de harina precocida, con su peculiar gusto, descubrieron la memoria gustativa de nuestros ancestros y se abrió una brecha en las preferencias. Surgieron los eternos detractores del capitalismo aferrados al maíz ancestral, renegando de la harina precocida, mientras otros se aferran a su existencia como tabla de salvación de una tradición que estaba a punto de extinción. Curiosamente, esos añorantes del gusto anterior, cargan sendos celulares de última generación, pero no sueñan con volver al teléfono fijo de Cantv.
Argenis Ramírez y Arepa Pelá
Vamos al 22. Para Argenis Ramírez el número 22 es un misterio sin resolver. ¿Quién es Argenis? Conocido como el creador de Arepa Pelá. La conchita de la arepa, Argenis nació en San José de Cocodite, un pequeño poblado de la península de Paraguaná, en el estado Falcón. A la edad de seis años, allá por los años 70, salía a la calle a vender las arepas de maíz pelado que hacía su abuela Mama Toya. Eran unas pocas arepas asadas en budare a leña que recurrentemente se quedaban frías porque en ese pueblo eran todos pobres y ni para comprar arepas había. Por qué no te vas a Adícora, a la playa, allí hay más gente, le recomendó la abuela. Así lo hizo y le preparó una cesta con 22 arepas. Son muchas, abuela, no las voy a vender, le dijo. Sí las vas a vender, le respondió. Váyase no más mijo, que así va a ser.
Se fue entonces a Adícora a vender arepas porque su abuela le dijo que sí las vendería. Caminó por más de hora y media por un camino polvoriento y seco, como debe haber caminado el hijo de Pedro Páramo rumbo a Comala, cargando una cesta con 22 arepas de maíz pelado que le entregó su abuela. Regresó a casa feliz. Por primera vez las vendió todas, toditas, las 22. Mañana vuelvo abuela, le dijo, prepárame más. Así fue, pero solo hizo 22 arepas. Está bien así, váyase mijo, está bien así. Y así continuó por años vendiendo solo 22 arepas que preparaba su abuela con maíz pelado como las que hacían los primeros caquetíos que ocuparon el territorio más septentrional de la Venezuela prehispánica.
Cincuenta años después, Argenis Ramírez fue reconocido con una Mención Tenedor de Oro 2023 por la Academia Venezolana de Gastronomía, por su exitoso proyecto de Arepa Pelá que inició cuando dejó su pueblo natal para vender arepas a orilla del mar, en Adícora y El Supí. En rigor, el premio es para la abuela Mama Tonya, aunque nunca supimos por qué hacía solo 22 arepas.
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