Miedo al cuero, por Teodoro Petkoff
Cuando Chávez anunció, el viernes 2 de febrero, la designación de un civil como ministro de la Defensa, creímos estar ante un verdadero paso de avance en el camino de la modernización del Estado y de la construcción de un nuevo modelo de relaciones entre la Fuerza Armada y el poder civil. Aun conscientes de que a ese gato se le podían buscar cinco y hasta seis patas, el hecho, por su propio mérito, opacaba cualquier consideración sobre significaciones ocultas. Tanto más audaz pareció el paso habida cuenta de que, en la campaña de 1998, Chávez había negado esa posibilidad. Tampoco entendimos aquellas reacciones que objetaron el nombramiento de JVR por «marxista declarado», «amigo de la guerrilla», «enemigo de Estados Unidos» y otras zarandajas semejantes. Lucieron de un anacronismo macarthista conmovedor. A pesar de que este no es un país donde lo castrense pesa más que en Chile, por ejemplo, la tradición de ministros militares en la cartera de Defensa, sin embargo, parecía tan arraigada que el gesto, sin duda alguna, rompía un paradigma. Para quienes desde hace años veníamos planteando esto como una de las medidas institucionales necesarias, el nombramiento de un civil no podía ser considerado sino positivamente, por todo lo que parecía encerrar, visto desde la perspectiva de los intereses generales, de fondo, del país.
Pero, el domingo, Chávez dio un paso atrás. Creó la figura del jefe de la Fuerza Armada (que existe, por lo demás, en otros países, desde Estados Unidos hasta Colombia), pero anunciando que este dependería directamente de él y no del ministro de la Defensa. ¿Qué había pasado? ¿Hubo resistencia en la FAN al nombramiento de un civil o, más específicamente, a Rangel? ¿Después de haber matado al tigre, Chávez se espantó del cuero? ¿O acaso el tigre no estaba muerto y el Presidente calculó mal, de modo que debió remendar el capote? En otros países con ministros de la Defensa civiles, tales como Estados Unidos, Chile y Colombia, los jefes militares dependen del ministro y su relación orgánica con el Presidente es a través de este. Así debería ser aquí. La política militar la ejecuta el Presidente a través del ministro. Como en el caso de la política internacional, a través del ministro del Exterior. Pero no será así. Aquí vamos a tener la novedosa figura de un ministro civil de la Defensa, bypasseado sistemáticamente, tanto por el jefe de la FAN como por los altos oficiales, directamente dependientes del Presidente. De modo, pues, que a José Vicente lo han puesto a jugar el rol de aquel buen doctor Jiménez Rebolledo, a quien Gómez mantuvo por algunos años como ministro de Guerra y Marina (así se llamaba entonces el actual Ministerio de la Defensa), pero reservándose el dictador la Comandancia del Ejército, no se fuera a creer el hombre que era ministro de verdad. O sea, que, como en tantas otras cosas de esta revolución de mentirijillas, este tiro también fue con balas de salva