Morir en el cuartel, por Teodoro Petkoff
Tres episodios consecutivos de soldados fallecidos a consecuencia de quemaduras sufridas en celdas de castigo deberían ser más que suficientes para preguntarse si no hay algo podrido en Dinamarca –como reza el lugar común shakesperiano. Tanto en el caso de Maturín, que involucró a un teniente, quien premeditada y alevosamente habría provocado un incendio en el calabozo, del cual resultó muerto un soldado y gravemente lesionado otro; como en el de Fuerte Mara, en el Zulia, que arrojó un saldo de dos soldados muertos y varios lesionados, la actuación de las autoridades militares (sobre todo en el segundo) y la subsiguiente maraña judicial militar no han permitido establecer rotundamente las responsabilidades del caso.
El reciente incidente de Cumaná, donde terminaron perdiendo la vida también dos soldados, permite, no obstante, echar luz sobre una situación altamente irregular. Se ha sabido que el Presidente de la República, a raíz de lo de Fuerte Mara, ordenó la supresión de los calabozos de castigo en los cuarteles. Pues bien, esta orden del comandante en jefe no fue obedecida. Se acata pero no se cumple, parecen haber dicho los oficiales encargados de aplicar esa disposición. Hay que recordar también que la primera información que recibió el Presidente sobre los quemados en Fuerte Mara fue tan sesgada y tendenciosa que lo llevó a decir en su programa dominical que los soldados apenas tenían “heridas leves”. Si unimos a estos casos el del asesinato mediante torturas de un joven indigente, también en un cuartel del Zulia, y la evidente obstrucción de la investigación, ejecutada por las autoridades castrenses de la región (una comisión parlamentaria presidida por un diputado del MVR se rindió ante la imposibilidad de obtener cooperación de esas autoridades), sale un cuadro de actuaciones por parte de los mandos militares involucrados, que se hace borroso tras ese velo opaco que parece cubrir el mundo militar, donde los “procedimientos operativos vigentes” (POV, en la jerga del oficio) muchas veces sirven más bien para ocultar que para revelar.
Pero nuevamente surge el tema de los castigos que se aplican en la FAN, sobre todo a los soldados. Muchas veces ha sido señalada la brutalidad, incluso el sadismo, con los cuales se procede contra quienes incurren en faltas. No se trata, sin embargo, de una característica exclusivamente venezolana. En verdad, la inefable disciplina militar se ha logrado, en todos los ejércitos del mundo, mediante el condicionamiento a palos de sus miembros, sin exclusión ni siquiera de los cadetes. Ya en los países desarrollados esas prácticas han sido casi desterradas, pero en los nuestros, su vigencia tiene raíces muy hondas todavía. A propósito de lo de Fuerte Mara se supo del Reglamento de Castigos Disciplinarios número 6, promulgado durante el perezjimenato y en el cual se basan los abusos contra los militares sancionados. Se prometió que sería derogado y sustituido por uno moderno. ¿Cuántos soldados más deberán morir para que se cumpla con esta promesa?