Platicando con Lovera, por Miro Popić
Esta semana he estado dos veces con José Rafael Lovera. Estuvo con él ayer jueves en la Universidad Católica Andrés Bello y antes de ayer lo vi merodeando por la casa donde funcionó por años el CEGA. No, no estoy senil todavía. Tengo claro que el primer y más importante historiador de nuestra alimentación falleció en octubre del 2021, el 20 de octubre para ser precisos, sin embargo su presencia sigue latente en cada actividad que tenga que ver con la culinaria venezolana.
Los que pensamos y escribimos sobre cocina estamos en deuda con Lovera. Por eso, cada vez que se menciona su nombre y su obra es obligatorio registrarlo y publicarlo para que no exista olvido, para que los actuales generadores de contenido sepan de quién se trata, aunque no puedan hacerse un selfi con él.
En los predios de la UCAB, cerca de la Academia de Gastronomía LAGA, existe ahora un sitio especial bautizado como Espacio José Rafael Lovera. Junto a objetos que le pertenecieron y algunas fotografías, cuadros y afiches temáticos, están sus libros, o parte de ellos, unos 9 mil títulos, no solo los que escribió sino los que fue acumulando a lo largo de su fructífera existencia. Son como una pequeña biblioteca de Alejandría centrada en el tema culinario, un tesoro que va más allá de la palabra impresa en folios numerados, que abarca incluso manuscritos inéditos, más de cien, recetarios familiares anónimos, fotocopiados algunos, bocetos y garabatos sobre servilletas aun por estudiarse.
No podía haber mejor sitio para tanto conocimiento gastronómico como el elegido por las hijas de Lovera, María Gabriela y María Alexandra y su familia cercana, para entregar en donación un tesoro como este. En las mejores manos. La última vez que vi esos libros fue hace poco más de un año en el apartamento de Bello Monte, buscando unos datos sobre los tequeños, y necesitaba una primera edición de un recetario específico. Me hace feliz disponer de ellos ahora en las estanterías de una biblioteca prestigiosa y útil, abierta al conocimiento, la duda y la reflexión, como la de esta universidad donde estudiaron mis hijos. José Rafael debe sonreír antes del próximo cigarrillo.
En otra zona de Caracas cerca de la Plaza Morelos, en Quebrada Honda, el martes pasado, también estuve con Lovera, en circunstancias totalmente diferentes, más bien dolorosas, pero ambas generosas y valiosas. Otra historia.
El vandalismo se apoderó de la casa donde funcionó durante años el CEGA, el Centro de Estudios Gastronómicos creado por José Rafael Lovera para llevar a la práctica lo predicado desde las palabras y la investigación: la defensa y promoción de la cocina venezolana. Allí, por primera vez el aula reconoció la existencia de una cocina propia y dignificó preparaciones populares donde las caraotas, el onoto y la sarrapia equipararon sus propiedades junto al salmón, el caviar y el foie-gras. Muchos de los cocineros venezolanos famosos que andan por el mundo, pasaron por esos fogones, aprendiendo y leyendo.
Contra el CEGA conspiró la autoridad y el resentimiento, haciendo inviable el proyecto. Hoy les tengo una buena noticia. La casa donde funcionó fue donado a una institución sin fines de lucro, Prepara Familia (@preparaflia), dedicada a asistir a las madres sin recursos que tienen a sus hijos como pacientes en el hospital de niños J.M de los Ríos, en San Bernardino, en Caracas.
Esa casa quedó en ruinas invadida por vándalos sin nombre que destruyeron todo lo material que encontraron, pero no pudieron acabar con el espíritu de superación y solidaridad que reina entre sus paredes.
Por invitación de Katherine Martínez, directora de la fundación, la visité en ese momento y pude comprobar con estupor parte de la ignorancia y la maldad humana que nos aqueja. Esta semana la revisité y he vuelto a sonreír. La recuperación de las instalaciones, hecha con donaciones y trabajo voluntario ha sido impecable. Incluso, muchos de los muebles originales de la época de Lovera, han sido recuperados y están en uso. Me senté en una de sus sillas favoritas y volví a sentir los aromas del CEGA y el trepidar de las pailas salteando un sofrito criollo.
Quinta Herminia se llamaba aquella quinta. Hoy cambia de nombre y pasa a llamarse Casa Lovera. Ya no es una escuela de cocina convencional, sus instalaciones sirven ahora a niños y madres necesitadas de todo, en donde la culinaria criolla sigue presente. Además de la asistencia médica y emocional, hay la intención de ofrecerles cursos de cocina, sencillos y prácticos, para que puedan emprender por su cuenta cuando regresen a sus pueblos. Era una clase de pan de jamón y los voluntarios de Preparar Familia pensaron que tendría algo que decirles a esas madres. Ignoraban que fue justamente investigando sobre el tema, en 1982, cuando conocí a Lovera, nuestro pariente, como decía.
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Conversé de este proyecto con algunos cocineros egresados del CEGA y otros que no pasaron por esos salones, pero saben de qué va. TODOS brincaron entusiasmados, listos para participar y ofrecer su ayuda con lo que hacen a diario en sus cocinas. No todo es resentimiento y venganza en nuestro país.
José Rafael Lovera puede descansar en paz. No aró en el mar.
Nos seguiremos viendo.
Miro Popić es periodista, cocinólogo. Escritor de vinos y gastronomía.
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