Reglobalización: ¿una oportunidad?, por Félix Arellano
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Las tensiones militares crecen en el mundo, las visiones ideológicas radicales, populistas y autoritarias proliferan, creando enfrentamientos y exclusión; los espacios para el diálogo, la negociación y la cooperación se reducen; en ese contexto, los procesos de apertura económica, que forman parte de la dinámica de la globalización y que han facilitando los intercambios y la construcción de convivencia, también se están limitado.
Aquel auge de la globalización que se vivió finalizada la Guerra Fría, definido como hiperglobalización, enfrenta serios cuestionamientos. Crece una matriz de opinión adversa, en algunos casos desproporcionada, pues no aprecia sus bondades y propicia nacionalismo y proteccionismo. Pero los aportes de la apertura son importantes, en consecuencia, convendría fomentar su reingeniería, enfatizando en una mayor sensibilidad social y ecológica, lo que pudiera abrir ventanas para el diálogo y la paz.
Las visiones liberales e institucionales en las relaciones internacionales resaltan la importancia de los procesos económicos y, en particular el libre comercio, en la conformación de convivencia y gobernabilidad internacional. Entre casos significativos destacan: los entendimientos económicos y comerciales al interior de Europa finalizada la Segunda Guerra mundial, que avanzaron de los acuerdos del carbón y del acero (Tratado de Paris 1951), a la suscripción, por seis países, del Tratado de Roma en 1957, para la conformación de un mercado económico amplio, que llego a transformarse en la Unión Europea, actualmente con 17 países miembros.
También en nuestra región latinoamericana las instituciones liberales, orientadas en el tema económico y comercial, han logrado conformar vínculos entre países que vivían a espaldas unos de los otros. Los resultados evidencian el dinamismo del comercio de bienes y servicios y nuevas oportunidades para inversiones y transformaciones productivas. Los avances, si bien limitados en relación con las expectativas, se han visto afectados por las visiones ideológicas maniqueistas y paralizantes, que están generando fragmentación y desintegración.
La mayoría de las visiones radicales y populistas en la región han asumido las banderas contra la apertura económica, la globalización y los procesos de integración económica; desarrollando unas narrativas manipuladoras. Indiscutiblemente que los procesos de apertura tienen debilidades y costos sociales; pero, además de que existen instrumentos para enfrentar los cuellos de botella, otra opción tiene que ver con la revisión y renegociación de los acuerdos con el objetivo de corregir deficiencias y fortalecer los avances alcanzados.
La dura crítica que se ha desarrollado contra la apertura es desequilibrada, pues no reconoce sus bondades y asume que con su eliminación se resuelven los problemas. Las crisis financieras en la economía global, en particular en el 2008, encendieron alarmas críticas. Luego, las políticas y los políticos irresponsables, que aprovechan las bondades de la democracia para promover zozobra e incertidumbre, como mecanismo para atraer votos, ha golpeado sensiblemente las posibilidades de la apertura.
Al respecto, cabría recordar al presidente Donald Trump resaltando, en la Asamblea General de las Naciones Unidas en el 2019, el supuesto enfrentamiento entre los globalistas (que destruyen el país) y los patriotas (como él, dispuestos a erradicar el problema). En la misma línea, Boris Johnson aceleraba el retiro del Reino Unido de la Unión Europea (el Brexit).
Los apasionados discursos anti apertura, globalización e integración también encontraron eco y apoyo en los movimientos populistas y radicales en la región, generando lo que se ha definido como una fase postliberal de la integración económica. Han pasado varios años con la aplicación de tales visiones y los resultados se pueden calificar como desastrosos, se han paralizado o destruido los avances alcanzados, no se han diseñado nuevos mecanismos de corrección; han crecido los enfrentamientos, la desconfianza y la desintegración. A escala global tampoco ha resultado exitosa la política de aislamiento en la administración Trump, ni el Brexit.
Destruir la globalización económica no resuelve nada, por el contrario, resulta «gasolina para el incendio». La atención se debería orientar a su revisión y reingeniería que permita enfrentar y superar los cuellos de botella, las implicaciones en el ecosistema y las inequidades sociales; empero, los radicales, por lo general sufren de una ceguera ideológica y no logran entender los errores de sus propuestas, por el contrario, exacerban el fervor de sus falsos discursos para apasionar al electorado, que espera soluciones a sus problemas y resulta presa fácil de las falsas promesas.
La ecuación es compleja, pues además de las distorsiones que pueden generar los procesos de apertura económica, si no establecen mecanismos eficientes de equidad; nos encontramos con los perversos efectos de la pandemia del covid-19, que incrementó la pobreza y la exclusión a escala mundial. Todo suma para incrementar la crítica y el desasosiego. Perol a globalización económica no está muriendo, por el contrario, experimenta algunas transformaciones, que no atienden la problemática social, en particular la situación de los sectores más vulnerables.
Entre los cambios que se están desarrollando destacan: el rechazo al papel protagónico de China en las cadenas globales de valor; la reducción de las cadenas productivas a espacios más reducidos (nearshoring), que podrían beneficiar a los esquemas de integración económica regional; la progresiva sustitución del «just on time», por el «just on case». Adicionalmente, se fortalecen, tanto la llamada globalización blanda, relativa a las crecientes interconexiones sociales, culturales, deportivas; como la globalización de la economía ilegal, relativa al crimen organizado, el narcotráfico y los ilícitos internacionales.
La creciente conflictividad en el mundo nos exige de un esfuerzo de reflexión y transformación para lograr la construcción de un mundo más humano y justo.
La apertura económica ha sido satanizada, pero los beneficios en términos de crecimiento económico y bienestar social son significativos; en consecuencia, más que propiciar su destrucción desbeberíamos promover las transformaciones, una reingeniería que asigne especial importancia a los aspectos sociales y ambientales, en especial, la situación de los más vulnerables.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.