Rehenes, por Carolina Gómez Ávila
Autor: Carolina Gómez Ávila | @cgomezavila
La historia de la humanidad está llena de aportes valiosos hechos por personas despreciables. Muchos individuos con conductas cuestionables, cómplices o ejecutores directos de hechos abominables nos dejaron en herencia ideas brillantes, obras inspiradoras e inventos imprescindibles.
Esto debería resultar suficiente para obligarnos a renunciar a la falacia ad hominem, a no juzgar un acto a partir de la sospecha que tenemos sobre su autor. Pero este, que es un impulso difícil de dominar para quienes practicamos autodisciplina, es imposible para el resto. La mayoría de las personas nunca intentaron controlar su carácter, no tomaron resoluciones ni pusieron a prueba su determinación contando sólo con la fuerza de su voluntad. O lo hicieron y fracasaron. Y a continuación desistieron, que es peor. Fracasados y vencidos se odiaron a sí mismos por su incapacidad para el logro y la perseverancia pero, en vez de autodestruirse, se dedicaron a escudriñar en las historias de quienes se destacaban hasta encontrar datos que les ayudaran a desacreditarlos. Y así, abandonándose a sí mismos y difamando al resto, se convirtieron en peleles a quienes todos manipulan por sus vísceras. Sí, los más fáciles de manejar son quienes no tienen control de sí mismos y estos son los individuos más nocivos para la sociedad. De esta materia están hechos los clientes que llevan a los populistas al poder.
Claro que eso no sería posible sin amplificar sus grotescas voces. La prensa amarillista nació a finales del s. XIX con ese destino y hoy en día parece no haber prensa de otro color. En ese pecado original están involucrados un par de apellidos celebérrimos: Pulitzer y Hearst. Me parece que el primero apenas tuvo un poco más de escrúpulos que el segundo, pero eso no le restó claridad para vaticinar en 1904 lo que hoy podemos constatar como propio en muchas latitudes: “Nuestra República y su prensa se erguirán o caerán juntos. Una prensa idónea, desinteresada, con espíritu público, con inteligencias formadas para distinguir lo que es correcto y el coraje para hacerlo, puede preservar esa virtud pública sin la cual un gobierno popular es una farsa y una burla. Una prensa cínica, mercenaria y demagoga con el tiempo dará origen a un pueblo igualmente bajo. El poder para moldear el futuro de la República estará en las manos de los periodistas de generaciones futuras”.
Controlado -como sabemos y para lo que sabemos- el papel periódico, el amarillismo se practica con libertad en internet, donde la prensa no es sólo el sitio web que aloja la información sino también sus redes sociales usadas para estimular el tráfico hacia el sitio. En estas últimas abundan las características amarillas del titular escandaloso y exagerado, que suelen conducir a una información sustentada en poca o ninguna evidencia, producto de cualquier cosa menos de la investigación periodística. A veces, las menos, sí hay investigación pero está infestada de prejuicios, sesgos o comentarios de sus autores que mezclan en el mismo texto la obligación que tienen de informar con el derecho a opinar, dejando su reputación de lado para incidir en la opinión pública que es lo que le facilita a la prensa conseguir inversionistas y a los periodistas, su sustento.
William Woo hizo carrera durante 34 años en el St. Louis Post-Dispatch (principal periódico de Missouri, EE.UU., fundado por Pulitzer y aún en manos de sus herederos); durante los últimos 10 ocupó el cargo de editor jefe. Después fue profesor de periodismo en la Universidad de Stanford durante 10 años más. Tras su muerte (en 2006) se recopilaron y publicaron las cartas que semanalmente escribía a sus alumnos, por considerarse que contenían los valores que vale la pena preservar sobre el periodismo. Woo insistía en recordar que la prensa que es rehén de sus inversionistas, no es más libre que la que es rehén del Gobierno.
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