Río revuelto, por Gabriela del Mar Ramírez
Incapaz de cautivar, Maduro usa la sicología inversa. La fórmula es simple: asegura que sostiene conversaciones con el dirigente objetivo del desprestigio y deja la ponzoña clavada para esparcir el veneno de su impopularidad hacia el bando contrario. La aplicación de esta estrategia que le ha resultado tan efectiva, implica el reconocimiento de cuán rechazado es por la mayoría del país.
El efecto de sus señalamientos en contra del bando opositor han resultado tan devastadores que la simple mención de la palabra diálogo, somete al escarnio a todos los partidos políticos que hace tres años y medio lograron captar la simpatía de una mayoría abrumadora del electorado.
El descrédito de los factores de oposición se inició con la exposición pública de sus conversaciones con el Presidente en un tono nada cercano al de un líder que busca integrar los diversos factores que hacen vida en el país. No. Era el tono de un chisme contado al pueblo acerca de cuan indigno puede resultar cualquier personaje que se atreva a acercarse al Palacio de Miraflores.
Sus voceros cercanos repitieron la estrategia, exhibiendo una ancha sonrisa, mientras mencionaban los nombres de quienes habían desfilado por la alfombra roja que conduce a la fuente de los peces que escupen el agua.
Horadada la confianza de los electores de oposición, el próximo paso sería más sencillo. El despojo de las tarjetas a través de procesos de revalidación de los partidos en medio de un clima de desconfianza extremo hacia sus dirigentes completaría el ciclo necesario para dejar a Venezuela sin fórmulas alternativas al partido de gobierno.
El abanico de acciones para convertir el tarjetón electoral en un desierto incluyó inhabilitaciones como las de Rodríguez Torres y su padre, persecuciones, encarcelamientos e impedimentos de inscripción de nuevos partidos.
No obstante, el pueblo venezolano –estoico en su voluntad electoral- echó el resto apostando al proceso de elección de gobernadores para tropezarse con la grotesca maniobra del cierre de centros electorales estratégicos para la victoria opositora, apenas 48 horas antes del inicio del proceso de votación.
Ese despojo, sumado al arrebato de la decisión popular en las gobernaciones de Bolívar y Zulia le mostró al pueblo que la salida electoral estaba condenada. El resultado visible de una dictadura que se ha edificado progresivamente es un país sin partidos de oposición, con dirigentes encarcelados o causas penales abiertas en su contra, desconfianza total en el proceso electoral y pérdida de credibilidad en liderazgos alternativos a quienes se mantienen por vías de hecho en el poder.
No hace falta militar en algún partido de oposición –de hecho no soy simpatizante de ninguno de ellos- para comprender que los protagonistas del caos nacional son quienes llevan las riendas del país: los autores de la política económica expoliadora del bienestar nacional, exterminadora de las iniciativas empresariales tanto pequeñas como grandes, controladora de la voluntad del pueblo a través del hambre y saqueadora impenitente de todas nuestras riquezas.
Por esta razón resulta curiosa la campaña emprendida desde filas supuestamente opositoras y radicales en contra del último reducto de la voluntad del pueblo en elecciones libres y transparentes, como lo es la Asamblea Nacional. Se les acusa de no hacer nada, ignorando que en el sistema autoritario que rige en Venezuela, los factores democráticos pierden toda eficacia.
Se les llama cómplices cuando esta misma semana un diputado más debió abandonar el país por amenazas de cárcel en contra suya y de su esposa. Se dice que se niegan a actuar cuando todas sus decisiones han sido neutralizadas por vías ilegales o de fuerza.
Intentar cabalgar la ola de la dura realidad que atraviesa nuestro país para capitalizar simpatías u ofrecer la ficción de una solución inmediata nos aleja del objetivo primordial del país que es lograr una transición hacia la democracia y restaurar el valor de la Constitución Nacional. Luego cada uno de nosotros tendrá tiempo para levantar sus siglas y enarbolar sus propios proyectos. Esta no es esa hora.
Este es el tiempo de luchar todos unidos por la democracia.
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