Sábato en Caracas, por Rafael Uzcátegui
Twitter: @fanzinero
El 19 de mayo de 1976 se organizó un almuerzo en la Casa Rosada, Buenos Aires, que generó indigestiones décadas después, cuando su anfitrión falleció de una hemorragia interna y los comensales fueron sentados, por la opinión pública, en el banquillo de los acusados. Esa tarde el dictador Jorge Rafael Videla recibía a los intelectuales Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Ratti y el padre Leonardo Castellani. El ágape ocurría dos meses después del golpe contra María Estela Martínez de Perón.
Al salir, el autor de «El Túnel» declararía a los periodistas: «El general me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresiono la amplitud de criterio y la cultura del presidente». Este episodio, poco comentado por el escritor, saldría a relucir tras la muerte de Videla. El cura Castellani declararía tiempo después: «En mi criterio, ninguna de ellas –las propuestas habladas en la reunión– fue importante, porque estaban centradas exclusivamente en lo cultural y soslayaban lo político. Sábato y Ratti hablaron mucho sobre la ley del libro, sobre el problema de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y los derechos de autor». Si Sábato uso ese «canal abierto» con la Casa Rosada para alguna causa noble, la petición por algún preso político por ejemplo, nunca se ha sabido.
Tras el regreso a la democracia, en 1983, el presidente Raúl Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), designando como su presidente a Ernesto Sábato. Su informe «Nunca más», divulgado un año después, documentó la existencia de 8.961 desaparecidos y de 380 centros clandestinos de detención. El prólogo fue escrito por las mismas manos de «Sobre héroes y tumbas», el cual comenzaba afirmando: «Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda». La frase sintetizaba lo que luego se conoció como la «teoría de los dos demonios», que se habían enfrentado en suelo gaucho teniendo al pueblo en el medio.
Mientras otros intelectuales fueron forzados a exiliarse, Sábato siempre fue un hombre público y continuó viviendo en su casa de toda la vida. Los escritores que tenían amigos detenidos o desaparecidos, y que se mantenían en la clandestinidad o fuera del país, como Julio Cortázar y Osvaldo Bayer, simplemente lo odiaron.
Una teoría de cambio para la transición
En un artículo anterior, «Autoritarismo y Manual de Carreño«, postulábamos que las teorías de cambio son diferentes si se caracterizaba al actual gobierno venezolano como una mala gobernatura o como una no-democracia. La primera descripción asumía que las autoridades tenían voluntad institucional pero se encontraba a la defensiva por los dislates de sus contrarios. Por tanto, su estrategia privilegiada para una transición sería generar un canal de diálogo con Miraflores que permitiera sellar acuerdos, otorgando para ellos los incentivos necesarios, comprometiendo para ello también al liderazgo opositor.
Según esta mirada el conflicto se resuelve por un pacto de caballeros, neutralizando todo aquello que pudiera generar ruido para las conversaciones. En cambio, una teoría de cambio diferente sería promovida por quienes opinan que en Venezuela se ha instalado una dictadura adaptada a los nuevos tiempos.
Según Patricia Rogers una teoría del cambio explica cómo se entiende que las actividades produzcan una serie de resultados que contribuyen a lograr los impactos finales previstos, en nuestro caso la vigencia plena de la institucionalidad democrática en Venezuela. Antes de desarrollar cuál sería la teoría de cambio para quienes no creemos que Nicolás Maduro sea un «demócrata acorralado», algunas precisiones preliminares:
1) Cualquier iniciativa por el cambio hoy en Venezuela debe reconocer la derrota de la estrategia anterior, cuyos momentos estelares ocurrieron entre los años 2017 a 2019, basada en la transición por colapso, en la que la coalición dominante se dividiría por la presión de las manifestaciones y el aislamiento de la comunidad internacional.
*Lea también: vDisentir sin disidir, por Lidis Méndez
2) Para evitar críticas fáciles reiteramos que cualquier camino plausible para la transición es eminentemente cívico, institucional y pacífico, teniendo como eje la consulta democrática libre y sin coacciones a la población.
3) Quienes calificamos al gobierno como no democrático comprendemos que su lógica es milenarista, en la cual la «revolución» es un absoluto, por lo que su principal incentivo sería mantenerse en el poder. Por diseño, este tipo de razonamiento rechaza el principio de la alternancia democrática.
4) Calificar al gobierno como no democrático no está reñido con el sentido común. Hay que tener niveles de presión y conversación con quienes están sentados en Miraflores, responsables por acción u omisión de violaciones de DDHH.
Dicho lo anterior, vamos al punto. Si para el dialoguismo los pactos de élites serían suficientes para un cambio en el estatus quo, una estrategia diferente considera estos espacios de intercambio como parte de una estrategia más amplia, que incluye obligatoriamente el empoderamiento del conjunto del campo democrático mediante el reimpulso de sus principales gremios y asociaciones.
Subrayamos: Para el dialoguismo son los acuerdos quienes generan nuevas realidades políticas y oportunidades para la transición. Desde una mirada diferente es todo lo contrario: Es el músculo democrático y sus demandas el que presiona al autoritarismo para abrir espacios de dialogo. Su énfasis se encontraría en el fortalecimiento de las organizaciones políticas y sociales, a través de la decidida defensa del espacio cívico y el derecho de libertad de asociación y reunión. Entonces, cualquier acercamiento y diálogo con las autoridades debe robustecer el proceso de creación de comunidad, cohesión y sentido de identidad del campo democrático, no debilitarlo.
Además del foco en la organización de una comunidad democrática y la creación de mecanismos políticos de resolución del conflicto, una tercera pata se encuentra en la presión de la comunidad internacional. Entendiendo que la realidad es que Nicolás Maduro irá recuperando sus relaciones internacionales, luego del desconocimiento promovido en la estrategia anterior, el objetivo es que esos acercamientos bilaterales o multilaterales mantengan a la democracia y los derechos humanos en su agenda.
Paralelamente, es clave que los organismos de protección internacional a los derechos humanos, como la Corte Penal Internacional o la Misión Independiente de Determinación de Hechos, continúen su trabajo sobre el país. Si bien las expectativas sobre sus resultados tienen que moderarse, su monitoreo cercano sobre Venezuela genera un efecto disuasorio sobre las autoridades, ante la ausencia del estado de derecho, la única contención frente al abuso de poder.
A pesar de la polémica sobre la actuación de Ernesto Sábato durante la dictadura argentina es cierto que también hizo aportes a la democratización del país, especialmente en el área de los derechos humanos, ofreciendo su prestigio (bien o mal habido) para la legitimación del trabajo de la Conadep.
Usarlo como ejemplo nos sirve para Venezuela para recordar 1) Los enemigos no son quienes promueven una teoría de cambio diferente, sino el autoritarismo y 2) Todos y todas las integrantes del campo democrático serán importantes y necesarios para la construcción del país. Debemos seguir la conversación pública sobre qué debemos hacer para regresar a la democracia, especialmente entre quienes tenemos miradas diferentes sobre los caminos a transitar en los próximos meses.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo, editor independiente y Coordinador general de Provea.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo