Se alzó Guayana, por Teodoro Petkoff
El domingo pasado, mientras Chacumbele ilustraba respecto de sus grotescos conceptos sobre economía socialista a un par de señoras que dirigen una pequeña planta comunal de producción de bloques de cemento, miles de obreros del aluminio se preparaban para coger el lunes siguiente las calles de Puerto Ordaz a fin de demostrar, en vivo y directo, cómo funciona la gerencia «socialista» en las empresas básicas. Al cabo de diez años de la administración más incompetente y corrompida que ha conocido la Zona del Hierro, Chacumbele ha cometido un gigantesco crimen contra la nación. Ha arruinado, en sentido financiero, tecnológico y laboral, a Bauxilum, Venalum, Carbonorca y Alcasa, las cuatro plantas que hacen de Venezuela el séptimo productor mundial de aluminio. Sidor va a galope tendido hacia el colapso; Edelca comienza a mostrar síntomas de grave deterioro, lo mismo que Ferrominera. Es una catástrofe sobrecogedora, que compromete gravemente el futuro industrial del país. Ni siquiera si se hubiera propuesto deliberadamente acabar con esas empresas, Chacumbele habría puesto una torta peor.
Los platos rotos los paga la nación entera, pero quienes están resultando más directamente afectados son los trabajadores. Estos, sin embargo, a la hora del reclamo, colocan por delante no sus propias reivindicaciones sino las que atañen a la superación del desastre técnico y financiero en el que Chacumbele ha sumido a las enormes plantas. Es una demostración de responsabilidad patriótica que enaltece a estos obreros. Es la defensa de los intereses de la nación, pero también la de sus fuentes de trabajo. Porque la ruina de éstas amenaza el mantenimiento de sus familias.
Las reivindicaciones incluyen no sólo el pago regular de los salarios -amenazado por la falta de recursos– sino también la recuperación de sus prestaciones sociales y de los intereses que estás generan -cuyo destino no se conoce, malbaratado como ha sido ese dinero por la gerencia «socialista»–; también el derecho a las vacaciones anuales, insólitamente negadas «porque no hay plata para pagarlas» y, en particular, la depuración de la pésima gerencia de todas las empresas.
Los trabajadores plantean, con toda razón, que no pueden ser ellos los «paganos» de la crisis, como pretende Chacumbele. La protesta ha unido a trabajadores y sindicalistas de todas las corrientes políticas, incluyendo las que se identifican con el gobierno, porque la mortal guillotina de la gerencia depredadora e incapaz no hace distingos políticos.
Ese postulado estúpido de que la empresa socialista no tiene que ocuparse de zarandajas como la productividad y la ganancia es la cínica hoja de parra con la cual Chacumbele, y la manada de hampones e incapaces que ha colocado como gerentes, racionalizan su abismal incapacidad para dirigir algo más que la cantina de un cuartel.