Tachirenses atraviesan la cuarentena entre apagones y escasez de combustible y gas
Hasta 15 horas pasan algunos tachirenses sin servicio eléctrico y ocho meses sin conseguir bombonas de gas, problemas que no son recientes pero que se agudizaron con la escasez de gasolina y con las medidas para evitar la propagación del covid-19
Joalín tenía 6 meses sin recibir gas doméstico y con frecuencia cuenta hasta 12 horas sin luz; Jason solo ha conseguido surtir de gasolina su camión de verduras cuando va cargado de mercancía; a José los cortes eléctricos solo le permiten trabajar tres horas al día; a Eduvigis no le alcanza la pensión para cubrir sus necesidades y padece la falta de transporte para ir a hacer mercado; y a Wilson las autoridades no le permiten circular porque no tiene la constancia de la prueba de covid-19. Todos son tachirenses, todos aseguran que la cuarentena nacional ha complicado más su día a día y la situación de los servicios públicos en la entidad.
Desde el pasado 16 de marzo el estado andino entró en cuarentena, una de las medidas que tomó el gobierno de Nicolás Maduro para evitar la propagación de la covid-19 en el país. Para ese momento ya la región contaba con severas deficiencias en el servicio eléctrico, la venta de gas doméstico y una persistente escasez de gasolina que afectaba al transporte público y el comercio.
La cuarentena agarró a los tachirenses en las estaciones de servicio para surtir de gasolina sus vehículos, y en este tiempo han visto como arreciaron los apagones y disminuido, aún más, el suministro de combustible, que les ha trastocado la vida más que la pandemia del siglo XXI: los enfermos renales y oncológicos padecen aún más para poder hacerse los tratamientos que requieren, muchos agricultores han visto perder sus cosechas por no tener cómo sacarla o distribuirla, y ante la falta de transporte los ciudadanos tienen que caminar largos trechos para comprar alimentos y demás diligencias.
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A 10 días del decreto de prolongación de la cuarentena (el gobierno de Maduro extendió la medida hasta el próximo 12 de mayo) miembros de la Asociación Civil Construyendo Conciencias hicieron un recorrido por las calles de San Cristóbal para conocer cómo han sobrellevado algunos tachirense estos días de confinamiento, limitaciones y cambios de hábitos y conductas.
Tras ocho meses llegó el gas
En Colinas de Antaraju, Barrio Sucre (San Cristóbal), Franklin Medina observa junto a un bebé que carga en brazos cómo se llevaba a cabo un “operativo” de venta de gas doméstico, el pasado 22 de abril. Recuerda que desde hace ocho meses no llegaba el gas a la zona, por lo que tuvo que comprarse una cocina eléctrica para poder preparar la comida, algo que no siempre resulta, ante fallas eléctricas de hasta 12 o 15 horas consecutivas, en no pocas ocasiones ha tenido que apelar a la leña. Asoma que de él dependen dos niños, el bebé que carga y otro de un año.
Al momento de la entrevista se levanta de la acera desde la que observaba la venta de gas, no usa camisa, pero sí un tapabocas, accesorio obligatorio para estar en la calle estos días. Es taxista, pero “está parado” desde antes de la cuarentena. La escasez de gasolina lo obligó a pararse. Las colas son muy largas, de horas y hasta días.
Táchira, así con Zulia, han sido de las regiones más golpeadas por la crisis económica y el colapso de los servicios públicos que ocasionó la revolución bolivariana. Desde el año 2009 está sometida a racionamiento eléctrico y desde el 2012 a regulaciones de combustible.
Joalín Ávila también padece las irregularidades en la venta de gas. Hasta el 22 de abril se cumplían 6 meses sin que llegara la zona donde residen. En ese tiempo tuvo meses que recurrir a otros “proveedores”, que venden “a precios que no son los justos”, aclara. Por “una bombona de 10 kilos pagué 40 mil pesos”, explica. Es docente, afirma que su sueldo no le alcanza para comprar el gas “a precios que no son los justos”.
Como muchos trata de sortear los días de ausencia de gas con una cocina eléctrica o una plancha, pero no siempre es posible, los cortes eléctricos en donde reside pueden ser de “hasta 12 horas”.
Restricciones como toques de queda
Desde el pasado 18 abril los comercios de los municipios: Libertador, García de Hevia, Fernández Feo y Torbes solo pueden abrir de 8:00 am a 12:00 m. Esto, sumado a los apagones y cortes eléctricos frecuentes y a la falta de combustible en la entidad, ha afectado no solo a los comerciantes, sino a todos los tachirenses, quienes tienen aún más limitado el espacio para realizar sus actividades cotidianas.
En San Cristóbal los abastos, supermercados, venta de alimentos y bebidas, expendios de medicamentos e insumos pueden estar abiertos hasta las 6:00 pm.
Francelina trabaja en una tienda de globos y arreglos florarles, en La Ermita (San Cristóbal). Asegura que desde que comenzó la cuarentena las ventas han estado “pésimas, porque casi no nos dejan abrir. Uno abre en la mañana y ya a las 12 hay que estar cerrando”. También tiene que lidiar con las fallas eléctricas, “Eso si está malo, malo. A veces hay (luz) solo unas horitas nada más”, se lamenta.
Sincerar los precios
José es otro ciudadano que ha visto reducida su jornada laboral por las fallas y racionamiento eléctrico. Es soldador. Vive en Táchira desde hace 40 años. “Estamos trabajando tres, cuatro horas al día, cuando mucho”.
Estuvo trabajando en Colombia año y medio, entre 2018 y 2019 y afirma que “allá funciona todo (servicios públicos), al día; pero hay que pagar”. Cree que en Venezuela estos deben mejorar, “pero también tenemos que sincerarnos con los precios de los servicios públicos. Eso vale”.
Sin combustible, sin transporte
La señora Eduvigis, mientras recibe el tapabocas que le obsequia el equipo de Construyendo Conciencias (durante el recorrido, la Asociación Civil que se encarga de promover valores y ofrecer educación y capacitación a comunidades tachirenses, repartió varios tapabocas, artículo prioritario para evitar el contagio y propagación del covid-19) asegura que la cuarentena ha afectado su día a día “en todo”. Ahora para ir a buscar, “con la pensioncita que me llegó, unas verduritas” tiene que hacerlo caminando. Asevera que “todo está muy caro y que la plata no alcanza para nada”.
La escasez de combustible no solo afecta el transporte público, también el trabajo en el campo y la distribución de alimentos, aun cuando estos forman parte de los sectores prioritarios.
Jason vende frutas y verduras en un camión, las consigue en el municipio Cárdenas. Ha tenido que comprar gasolina “por fuera” para poder trabajar, en las estaciones de servicio solo ha conseguido que le surtan cuando lleva la mercancía en el camión. Tampoco cuenta con el salvoconducto para conseguir combustible, porque no es “fijo”.
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A Wilson, además del combustible, la falta de constancia de prueba de covid-19 le impide seguir trabajando. Es gandolero, transporta cemento.
“No me dejan circular (funcionarios del gobierno) porque no tengo la prueba del coronavirus. He ido a varias partes, en unos no las hay (las pruebas) y en otros no me hacen la prueba porque no tengo los síntomas”.
El pasado 6 abril fue cuando se reportaron los dos primeros casos de la covid-19 en la entidad, uno en el municipio Fernández Feo; el otro, un migrante venezolano que regresó por la frontera. Hasta este 29 de abril en Táchira hay 11 casos positivos (contando los dos primeros), un total de 311 en todo el país y 10 fallecidos.
Malabares para superar la coyuntura
María estuvo casi un mes sin salir de su casa, acatando la cuarentena. Es malabarista y practica su arte en uno de los semáforos de la avenida Carabobo de San Cristóbal, dice que no lo hace por necesidad económica sino física, estar ahí es “un método de entrenamiento, yo lo tengo que hacer todos los días, porque si no pierdo la práctica”, explica.
Sabe que su actividad no entra en el listado de labores o sectores prioritarios, que no debería estar en la calle exponiéndose, pero cree que es importante sacarle una sonrisa a la gente y asegura que con sus maromas lo consigue.
“Esto (malabares) no es un servicio de primera necesidad, pero a la gente le da un poquito de alegría, que es lo que necesitamos ahorita”, aclara y resalta que es muy cuidadosa al momento de pasar de carro en carro extendiendo su sombrero, por si alguien quiere darle alguna retribución por su labor.
Joalín, José, Eduvigis, Jason, Wilson, Francelina y Franklin hacen maromas distintas a las de María para sortear la pandemia del siglo XXI, que agarró a los tachirenses surfeando las precariedades del XV. Sin embargo, todos son optimistas, ven la situación actual como una transición, un mal momento que superarán y saldrán adelante.