«Te hago la tarea por 5 dólares»: las buenas notas también se mercadean
La educación a distancia muestra grietas: por un lado en redes sociales y estados de whatsapp se popularizan ofertas de personas que cobran por hacer tareas escolares y por otra parte alertan sobre los «bodegones educativos», espacios improvisados en casas o salones de fiestas en los cuales se intenta suplir la atención presencial de los estudiantes
“Se hacen tareas de primaria, bachillerato y hasta universitarias”, se lee en algunos anuncios que ruedan y se replican en redes sociales, grupos o estados de whatsapp. Como si el peculiar servicio no fuese considerado una falta en sí misma, son los padres, amigos y conocidos de estudiantes quienes lo promocionan como una alternativa para cubrir una de las tantas grietas que está mostrando la educación a distancia: pagar para que otro te haga la tarea.
Desde octubre, Marisol*, de 17 años, hizo público lo que venía haciendo desde el período escolar pasado cuando terminó su 5to año de bachillerato y se quedó en casa, sin actividades y a la espera de iniciar la universidad: hace trabajos escolares ajenos y cobra entre 3 y 5 dólares, según la materia.
Primero ofreció sus servicios entre conocidos, luego a través del grupo de whatsapp del edificio donde vive -en una zona popular del centro de Caracas- y como no le faltó clientela, su mamá comenzó a publicarlo en los estados de whatsapp. “Es una manera de ganarse un dinerito por sus conocimientos porque siempre fue buena estudiante y ahora está sin hacer nada porque no ha empezado la universidad debido a la pandemia”, comenta la madre de Marisol.
Marisol explica someramente el criterio que utiliza para cobrar el monto de cada trabajo: “hago algunas tareas de primaria, sobre todo de 5to y 6to grado, por ejemplo, todo lo que sea de ciencias sociales, naturales y muchas de castellano. Ese tipo de trabajo son 3 dólares, pero si es bachillerato es más caro porque son cosas más complicadas. Hasta ahora todos han sacado buenas notas”. Sin dudar dice que la mayoría de quienes la contactan no son los mismos estudiantes, sino los padres.
En otro anuncio similar, el rango de precios se mueve entre los 4 y 6 dólares, pero se aclara que el monto depende tanto del tipo de actividad como de la asignatura. El contacto para los interesados es directo a través de quien publica en su estado de whatsapp y la oferta apunta a un amplio rango de estudiantes de primaria, secundaria y bachillerato.
La oferta no solo se ha popularizado, sino que se ha naturalizado como un servicio «profesional», al punto de que en redes sociales de mayor alcance como twitter e instagram ya existen páginas dedicadas a ello, y también personas que promocionan como un aval en su descripción: “las buenas notas están garantizadas”.
Un limbo ético y legal
Para Yesenia Blanco, profesora de Castellano en un liceo ubicado en San Martín, la proliferación pública de estas ofertas representa un nuevo flanco débil con el cual van a tener que luchar los docentes de ahora en adelante. «La educación en línea o a distancia trajo como primer problema que la carga académica se le trasladó a los padres, y muchos no lo aguantan, así que el resultado es que quienes pueden están pasándole esta situación a terceros. O lo mandan a las escuelitas en casa de vecinos o docentes conocidos a lo que llaman tareas dirigidas, y ahora aparece este problema más delicado aún: pago de una vez para que otros hagan las tareas de mis hijos».
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La profesora que tiene 18 años de servicio cuestiona: «Lo más grave es que a nadie le parece preocupante porque ni siquiera es algo disimulado ¿la idea es que el niño pase de grado sin haber hecho ni una sola tarea? Antes lo hacían entre los mismos compañeros y cuando uno lo detectaba, llamaba a los padres porque es una falta grave. Pero ahora son los mismos padres quienes lo avalan, porque un muchacho no va a tener 5 ó 6 dólares para pagar cada trabajo ¿A quién están engañando, al docente? Porque su hijo sacará 20 pero el que se queda sin saber es el estudiante».
Esta situación no es novedosa, pero se ha potenciado en el contexto de la educación a distancia en todos los niveles, tanto de primaria como bachillerato y universitario, en los cuales más del 80% de las actividades escolares solo se envían por correo.
Esta modalidad roza una especie de limbo ético y legal, que se relaciona con el concepto de plagio en el ámbito académico: copiar ideas o textos ajenos o presentarlos como propios. En un sentido más extendido se considera plagio cuando un estudiante hace uso de textos o contenidos hechos por otra persona y hace creer que son de su autoría.
Todas las instituciones de educación universitaria contemplan reglamentos que sancionan el plagio como una falta grave. En el Código Penal no está tipificado el plagio como un delito aunque se define dentro de una normativa especial sobre los derechos de la propiedad intelectual. Pero estas sanciones no están tan reguladas en el caso de los estudiantes de primaria y bachillerato, quienes pueden recibir una sanción ética o un llamado de atención cuando el maestro detecta que se apropió de un contenido y lo presentó como propio, lo que deja por fuera a la otra parte: quien elabora un contenido académico ajeno y cobra por hacerlo.
Bodegones educativos
La modalidad de educación a distancia que llegó de golpe con el decreto de cuarentena en marzo de 2020 y que se ha prolongado por tiempo indefinido, ha traído nuevos escenarios que alertaron a docentes y directivos del gremio educativo.
Fausto Romeo, presidente de la Asociación Nacional de Instituciones Educativas Privadas (Andiep), enumera varios aspectos: «observamos que al inicio de este año escolar los números indicaban muy baja inscripción. Lo normal es un 10% de estudiantes que no se inscriben en el siguiente año, pero esta vez llegamos a 25% de niños no inscritos«.
La explicación posible que analizaba el directivo de Andiep es que en Caracas, muchos padres movieron a sus hijos a instituciones en las ciudades satélites donde viven, ya que no tenían que venir a la ciudad. Pero en el interior del país los números reflejaban la misma disminución: «Notamos que mientras avanzaba el año escolar, no solo se quedaban sin inscribirlos sino que los retiraban».
Allí se encendieron las alarmas. «Aquí tenemos que hacer un mea culpa. La idea de dar clases se limitó a mandar contenidos y atiborrar a los muchachos de correos o tareas en línea. Muchos padres no pudieron sin ayuda», dice. Como la situación va para largo y no hay un plan de implementación para volver a las aulas, Romeo observó que aumentaba un fenómeno que él ha acuñado bajo el término «bodegones educativos».
«Si usted va por la calle ve que una zapatería acomodó algunos estantes y está vendiendo arroz, pasta o harina. Y aunque se entiende que es la única manera de medio mantenerse abiertos, la verdad es que es ilegal porque usted tiene una licencia para vender zapatos, no comida. Eso mismo está ocurriendo con las clases: docentes o personas que ni siquiera lo son, muchos de ellos sin duda con buena intención, medio arreglan un espacio en sus apartamentos, casas o utilizan los salones de fiesta de sus edificios, meten a un grupo de niños y cobran 5 ó 10 dólares por dar clase a la semana», explica Romeo.
La alegoría de la zapatería se hace aún más clara. «Zapatero a su zapato. Estamos desvirtuando la educación porque el vecino o la señora que los cuida puede tener muy buena intención, pero no tiene la pedagogía necesaria para dar clase. Y voy más allá: tenemos reportes de docentes de bachillerato que están dando clases de primaria como una manera de rebuscarse. Un profesor que sabe de química, física y matemática de bachillerato no tiene el sistema de trabajo que requiere un grupo de estudiantes de primaria, y mucho menos si son de diferentes edades y cursan distintos grados», sentencia el directivo de la asociación educativa que agrupa a más de 1.500 instituciones privadas afiliadas.
El problema que observa es que esto seguirá ocurriendo cada vez con menos control porque los padres necesitan que alguien los ayude y los niños sin duda requieren atención presencial «pero están pagando por algo que no es lo adecuado y además desvirtúan la esencia de la educación».
La propuesta desde Andiep es precisa: hay que volver a las aulas. Asegura que es fundamental que se implemente un plan de regreso a las escuelas que contemple tres características: descentralizado porque no todas las instituciones, ni todas las ciudades y poblaciones son iguales, así que se debe adecuar al contexto; diversificado porque debe pensar en las condiciones que exige cada uno de los niveles «los niños de preescolar y primaria son los que más lo necesitan»; y escalonado porque puede iniciar dos o tres veces por semana, en función de la capacidad de cada salón y utilizando los espacios según cada institución.
«¿Que sea obligatorio? No. Por supuesto que cada padre decide pero es más probable que las escuelas cumplan con más cuidado el protocolo de protección que llevar a los niños a que permanezcan en espacios improvisados donde igual están expuestos y con menos capacidad de contar con medidas de bioseguridad», añade.