Verdades y mentiras de perniles, por Miro Popic
Autor: Miro Popic
Los primeros cochinos que llegaron a Venezuela venían de la isla La Española y entraron por Cubagua y Margarita, en plena explotación perlera de comienzos del 1500. Gonzalo Fernández de Oviedo da cuenta en ello en su escrito Historia general y natural de la Indias, donde narra que “en aquella islas (Cubagua) han metido los españoles algunos puercos de los que han llevado de esta Isla Española y otras partes de la raza o casta de Castilla, y también de los que llaman báquiros de la Tierra Firme”.
Debido a la aridez de la tierra y falta de agua, los cultivos y crianza de animales pasó rápidamente a Margarita, pero no fue sino con la penetración del territorio por occidente, años después, que realmente se extendió su crianza.
Cuando Galeotto Cey partió de Coro en 1545 para descubrir y poblar las tierras interiores de la futura Venezuela, llevaba con él, entre otras cosas, “ciertos pocos asnos y puercos”, que vinieron de España y se han multiplicado en gran número, “su carne es hoy buena y sana, más que la del cordero, y además la recomiendan los médicos y muchas veces si no fuera por el cuero no se sabría si es cerdo o cordero… Los mestizos salen a cazarlos con perros, por los bosques, y esta es su manera de vivir, ya que la carne de aquellos es excelente, porque no les faltan raíces y frutos de palmeras y de muchos árboles además de que la tierra es tan húmeda que la remueven fácilmente y de esta manera se multiplican mucho”.
Para los españoles el cerdo fue siempre más que una comida, fue factor de resistencia ante los siete siglos de penetración musulmana en gran parte de la península Ibérica y un elemento identificador de los perseguidos judíos ya que ambas religiones, enfrentadas al cristianismo, rechazan por diferentes razones el consumo de su carne desde los tiempos bíblicos y coránicos.
Eso de las prohibiciones de consumir carne de cerdo, por más que estén establecidas en los textos sagrados de las respectivas religiones, no se debe a razones de salubridad, como comúnmente se argumenta, sino a cuestiones simbólicas y la costumbre de todas las sociedades de establecer controles de diversa índole, especialmente los que se relacionan con la naturaleza y la alimentación. Explicaciones de todo tipo y para todos los gustos se han adelantado sobre el tema, tantas que ya el antropólogo norteamericano Marvin Harris adelantó que el mundo podía dividirse entre porcófilos y porcófobos.
Más allá del carácter puro o impuro que pueda tener para algunos, originado en el hecho de que come cualquier cosa, especialmente inmundicias, todo se origina en que el cerdo, en su orígenes, fue un animal sagrado destinado al sacrificio. Otros lo atribuyen a que el cerdo era despreciado por los pueblos nómadas ya que es un animal que no podía seguirlos en sus desplazamientos, como ocurría con los camellos, ovejas y cabras.
Para los pueblos islámicos el asunto tiene que ver con la sangre y la prohibición de comer carne de cualquier animal que no halla sido degollado. Para otros se trata simplemente de reafirmación de la identidad, que funciona de forma ambivalente, si tu comes cerdo, yo no lo hago porque no soy como tu, si tu no lo haces, yo sí lo hago, y así vamos.
Con todo el respeto que merecen esas creencias, no saben lo que se pierden esos fieles que por imposición divina quedan excluidos de uno de los buenos placeres terrenales como es la sabrosa carne de cerdo. La fe tiene razones que el sentido del gusto no alcanza a comprender. O, como dice Felipe Fernández-Armesto, “no tiene sentido buscarles explicaciones racionales y materiales a las restricciones alimentarias, porque son esencialmente suprarracionales y metafísicas”.
Por eso, todo lo que se diga sobre el pernil, es pura fantasía.
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