Yuman Chez Wong, por Miro Popić

Twitter: @miropopiceditor
La cocina china en Caracas tiene un antes y un después. La diferencia la marca un nombre: Chez Wong. Por su afrancesamiento, debería leerse como “en casa de Wong”. Efectivamente era así. Entrar en su sala era como llegar a la casa de su creador Yuman Ley Wong. Figura diminuta y frágil, aparentemente, hizo de un pequeño espacio en la avenida Solano de Sabana Grande, posteriormente en la plaza La Castellana, un reducto de interpretación comprensible de la milenaria culinaria asiática.
Hasta ese entonces, finales de los años ochenta, los restaurantes chinos eran un misterio tanto en sus propuestas como en sus personajes. A falta de letras, había que ordenar por números: “Dame un 14, un 23 y luego dos 45 para compartir”. El mesonero gabarateaba rayas entrecruzadas en la comanda y al final te comías lo que llegaba, aunque no fuera lo que creías haber ordenado.
Para guiarte estaban las fotos de cada plato confiados en que una imagen vale más que mil palabras, como dice el proverbio chino.
Fui víctima de esos errores cuando en “el chino de la Baralt”, no recuerdo su nombre, pero así lo llamábamos en El Nacional de Puerto Escondido, se me ocurrió ordenar lo que estaba en un letrero sinográfico indescifrable para un occidental. Imposible de comer, era una oferta de viajes a Hong Kong.
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Yuman Ley Wong logró superar la barrera de la incomunicación y optó por lo más elemental, el español. Te recibía personalmente en un correcto castellano con un indisimulado acento chileno. La carta, reducida y concreta, alejada de variantes semánticas de casi lo mismo, era legible y entendible. Todos los mesoneros eran criollos y hablaban como nosotros. Eso da seguridad. Luego estaba el ambiente, alejado de pagodas y dragones colorinches, con manteles y servilletas de tela, siempre blancas y limpias. Y los cubiertos, donde, si querías comer con palillos, debías pedirlos. Para acompañar, vino y cerveza, nada de té ni cosas raras.
Confucio decía que “la alimentación y hacer el amor son las necesidades primarias de todo ser humano” y eso lo entendía Yuman a la perfección.
Desde un comienzo su local destilaba calidez y armonía. Sus propuestas no eran estrepitosas, pero reflejaban habilidad en las mezclas y armonías, refrendadas siempre con la sentencia de que nada contenía MSG (glutamato monosódico) por ser un componente sintético.
En ninguna pared exterior o interior había un letrero anunciando “auténtica comida china”, como lo hay en todos los que temen ser juzgados de falsificadores. No lo necesitaba. La cocina de Chez Wong fue, desde un comienzo, una cocina casera respaldada por ingredientes comunes con sabor de hogar. Yuman trataba de reproducir lo que había aprendido de su padre, un emigrante cantonés llegado a comienzos del siglo XX a las áridas tierras de Iquique en el norte del desierto chileno, donde nació. Conceptualmente trajo cosas que iban más allá de lumpias, wanton y costillitas.
Rompió desde un comienzo con la monotonía oriental hecha para occidentales y se centró en reproducir expresiones regionales nuevas. Eso hizo de Chez Wong un ícono. Marcó la diferencia.
Lo que pocos saben es que Yuman se inició en las actividades culinarias chinas en un restaurante de Santiago llamado, curiosamente, Danubio Azul. Llegado a Caracas incursionó en un local de cocina criolla en el pasaje Zing. Luego pudo mudarse a Sabana Grande y posteriormente a La Castellana. Sus hijos fueron poco a poco integrándose al negocio y hoy la dinastía Wong va por la tercera generación, con adaptaciones ajustadas a los requerimientos actuales.
Yuman Ley Wong pudo haber regresado a Chile libre y con su conciencia tranquila a vivir sus últimos años, pero nunca quiso hacerlo. Prefirió partir quedándose junto al Ávila, escuchando ópera, como era su pasión.
Descansa en paz, amigo mío.
Miro Popić es cocinólogo. Escritor de vinos y gastronomía.