Desempleo endógeno, por Teodoro Petkoff

Otra materia en la cual este gobierno está raspado es en la creación de empleo. A lo largo de estos años la tasa de desempleo ha oscilado entre 19 y 12% . Al final del primer trimestre de este año era un poco superior al 12% . Chávez había prometido 5% para diciembre de 2004. Pura paja. Pero el dato más dramático se refiere al volumen que alcanza la informalidad. El trabajo informal, que no es otra cosa que desempleo disfrazado, ocupa a la mitad de la población en edad de trabajar.
Entre desempleo abierto y subempleo, alrededor de dos tercios de los adultos están o totalmente fuera de toda labor o matando tigres. De hecho, el paisaje urbano muestra la punzante realidad de una buhonería masiva, omnímoda y omnipresente, que constituye la prueba empírica más desoladora de la magnitud del drama social del desempleo.
El gobierno, como todos desde el segundo de CAP, ha puesto en práctica un conjunto de programas sociales, las “misiones”, que no esconden su real naturaleza de programas asistencialistas que, como la mayor parte de sus similares en el pasado, apenas contribuyen a aliviar la precariedad de vida de los desheredados. Sin embargo, en una sociedad con indicadores sociales tan aterradores como los nuestros, es un deber del Estado poner en práctica programas sociales compensatorios. Con ese nombre de “misiones” u otro, con su conceptualización actual u otra, la sociedad venezolana va a requerir por varios años el despliegue de vastos programas sociales. La pobreza no desaparece de la noche a la mañana y exigirá esos “pañitos calientes” durante mucho tiempo.
Pero los programas sociales no pueden ser realmente sino un complemento de las políticas de fondo, de aquellas dirigidas a la creación de empleo. Sin creación de empleo, los programas asistencialistas en realidad perpetúan la exclusión y la marginalidad. Un estipendio de las misiones, que es hoy apenas la mitad del salario mínimo oficial (405 mil bolívares), es una ayuda, pero excesivamente insuficiente —y no puede ser de otro modo. Su beneficiario de hoy lo que necesita es trabajo. No sólo es cuestión de modo de vida sino también de dignidad. A nadie le gusta ser un eterno “tírame algo”.
Crear fuentes de trabajo implica invertir. Invertir ya sea para crear nuevas empresas o para ampliar las existentes. En esto el gobierno de Hugo Chávez no sólo está raspado sino que está retrocedido de grado. Su política general desestimula la inversión privada, y la inversión pública está reducida a sus niveles históricamente más bajos. Su política macroeconómica sabotea sus propios propósitos de crecimiento “endógeno”. El único sector que crece como empleador es el propio Estado, que hoy es un monstruo superpoblado. Pero este hiperestado es también parte del problema y no de la solución. Es como una garrapata gigantesca pegada al cuerpo de la sociedad, chupando recursos que deberían ir a la inversión.
Además, este gobierno ni siquiera tiene proyectos en materia de infraestructura. Apenas se ha limitado a terminar las grandes obras que heredó del pasado (líneas del Metro, puente sobre el Orinoco, autopista a Oriente, tren del Tuy). Cuando éstas lleguen a su fin el símbolo de la incompetencia oficial será la Torre Este del Parque Central, cuyas ruinas quemadas todos los días nos recuerdan que este gobierno no sirve para un carajo.