El deslave electoral del chavismo, por Rafael Uzcátegui
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Como demostró el sociólogo Héctor Briceño en su artículo «Rebelión en las elecciones Regionales y Municipales 2021», en los comicios de esa oportunidad el oficialismo logró quedarse con 19 de las 23 gobernaciones y con 211 de las 335 alcaldías. Sin embargo, «los resultados representan uno de los peores desempeños electorales del PSUV (…) profundizando la pérdida de apoyos y capacidad de movilización».
Briceño explicó que, a pesar del mantenimiento de la hegemonía chavista, su coalición perdió una cantidad importante de votos, la mayoría en sus tradicionales bastiones: zonas rurales, poco pobladas y económicamente deprimidas, «donde los mecanismos de control político y social suelen ser mucho más poderosos (…) Todo ello sugiere un agotamiento de la maquinaria partidista y que la crisis ha golpeado también al gobierno, deteriorando tanto sus fidelidades como su capacidad coercitiva».
En estos comicios, el estado Barinas se convirtió en el epicentro simbólico de la batalla electoral. Luego de la victoria del opositor Freddy Superlano sobre el oficialista Argenis Chávez –hermano de Hugo Rafael– y la suspensión de los comicios por el CNE, la posibilidad de la revancha activó en el chavismo todas las estrategias que habían sido eficaces en el pasado: Un candidato de alto perfil público, Jorge Arreaza, emparentado además con el zurdo de Sabaneta; integrantes del tren Ejecutivo realizando activamente campaña en la entidad y la entrega de electrodomésticos y otros beneficios para inducir el voto a favor. El resultado fue contraproducente: La propuesta chavista perdió, incluso por un margen de votos mayor, confirmando el diagnóstico de Briceño.
Barinas puede ser considerado el inicio de una tendencia. Las elecciones primarias de la oposición, realizadas en octubre de 2023, ratificaron la merma de la antigua base electoral dura del oficialismo, que siempre se estimó equivalente a la cantidad de empleados públicos en el país (4 ó 5 millones de personas). La Comisión Nacional de Primarias anunció que la votación en dicho proceso sumó 2.4 millones de votos. Pero para nuestro análisis la importancia radica en la calidad del comportamiento electoral, en la que en territorios tradicionalmente dominados por el oficialismo, tanto en ciudades como en pueblos y zonas rurales, las colas eran igual de entusiastas que en el este de Caracas.
Por contraste, la rebelión de la antigua base bolivariana contra sus líderes volvió a ser evidente en la no participación en el Referendo por el Esequibo. Aunque el discurso oficial asegure la delirante cifra de 10 millones de votantes –ni siquiera alcanzada en los mejores días de Hugo Chávez, cuando no había crisis migratoria– la estrategia electoral tradicional del oficialismo ha tocado un techo. Esos reales –los del marketing por el voto Esequibo– se perdieron.
La firma del Acuerdo de Barbados, horas antes de las elecciones primarias, significaba para el oficialismo certezas que no tenían asidero: Que las contradicciones internas de la oposición iban a sabotear las primarias y que la llegada de dinero fresco, sin sanciones, sería suficiente para repetir la formula ganadora del año 2018: Una maquinaria electoral propia aceitada + la fragmentación de tus contrarios + la inhibición del voto en contra.
El chavismo hoy es víctima de su propia hegemonía comunicacional y sus cámaras de eco. Por primera vez en su historia no tienen seguridad del tamaño de sus votos cautivos. El electorado chavista se encuentra tan descontento e indignado como el resto de la población.
Nicolás Maduro protagoniza una doble campaña electoral: Para recuperar los votos perdidos y para ratificar, a lo interno, su autoridad. Hasta ahora su oferta se basa en las «7 transformaciones» (7T), aparecer en redes sociales bajo diferentes formatos y designar ministros como «padrinos» y «madrinas» en todos los estados del país para reforzar el 1×10. La pregunta es si el reciclaje de estrategias eficaces en el pasado volverá, a pesar de las circunstancias, a ser exitoso. La guinda del pastel es recurrir a la superstición: Convocar elecciones el día del fallecimiento del caudillo, adelantadas para la fecha de su nacimiento
*Lea también: Ni padrinos ni madrinas: Más centralización a lo Gómez, por Beltrán Vallejo
A diferencia de la intelectualidad chavista, que critica en público o en privado pero en momentos definitorios seguirá votando por lo que decida el PSUV, la antigua base electoral del oficialismo ha asumido el comportamiento contrario: Decir que es chavista –por protección– y, a la hora de las definiciones, expresar su descontento. Los obstáculos para una transición democrática son enormes, y conocida la fecha de los comicios, la carrera para las elecciones está comenzando. Que por primera vez el chavismo no tenga pueblo que mostrar, que sugiere una importante madurez ciudadana, es la principal razón para la esperanza.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Director de Laboratorio de Paz
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