El pan como consuelo en cuarentena, por Miro Popić
La mayoría de las personas decidió hacer pan en casa aprovechando el confinamiento a que ha estado sometido gran parte del mundo. Aumentó así un 190% la venta de harina de trigo ocasionando problemas de desabastecimiento que, en la mayoría de los países salvo el nuestro, fueron solucionados rápidamente. Más que un problema de suministro, estamos ante un fenómeno cultural que nos ilustra sobre la importancia de la comida y su simbología que nos marca desde el día en que nacemos.
El pan, como concepto, está ligado al nacimiento de la agricultura. Es uno de los primeros alimentos creados por el humano producto de la transformación de los cereales. Todas las culturas del mundo están ligadas a él.
Nosotros éramos grandes comedores de arepas antes de la llegada de los españoles, que aparecieron con una hogaza de pan en sus alforjas. Fueron ellos quienes trajeron la palabra pan, del latín panis, pero no la idea del pan que ya existía y se comía en nuestra geografía. Si nosotros hubiéramos conquistado Europa, al pan lo llamarían arepa.
*Lea también: Kakistocracia, por Laureano Márquez
La obsesión por el trigo de los hispanos se enfrentó a suelos y climas distintos afectando las actividades de evangelización que muchas veces obligaba a hacer misas secas, como se llamaban cuando carecían de los elementos requeridos por la liturgia. Galeotto Cei da cuenta en 1545 que en El Tocuyo “en cuanto al culto divino teníamos un sacerdote con nosotros, que decía misa y confesaba, las más de las veces la decía seca, sin consagrar, por falta de vino y de hostia”.
Los primeros panes en Venezuela se hicieron en la región insular, en Cubagua, con harina importada directamente de Sevilla, y luego en la isla de Margarita, cuando comenzó la explotación agraria en el valle de San Juan.
Curiosamente, en Margarita llaman pan de agua al pan corriente salado. Así se llamaba también el pan de los pescadores conocido como galleta marinera comida a bordo de los barcos, con sus variantes de los bizcochos de las naves colombinas, como el bizcocho torcido en forma de ocho, de Porlamar, y el bizcocho redondo o huevo de sapo de La Asunción.
A partir del siglo XVI, en diversas zonas del país, valles andinos, planicie de Barquisimeto, cordillera del Litoral, etc., prosperaron cultivos con los que se hacía la harina de la tierra como llamaban a la producida en el país. Esa harina, a pesar de sus impurezas, era buena para las hostias y para elaborar hogazas de pan que alimentaban a los blancos y criollos que manifestaban con su consumo la superioridad ante otros granos ya que era el único aceptado como materia prima para el sacramento eucarístico.
Fue símbolo de conquista en la Venezuela hispánica y mantuvo una convivencia pacífica con el maíz consumido en forma de arepa. Felizmente no llegó a desplazarla porque, al final, no les quedó más remedio que acostumbrarse a ella cuando manos indígenas se las preparaban cada mañana.
La elaboración de pan en sus comienzos era responsabilidad de pequeños artesanos que ejercían el oficio, hasta que las autoridades debieron ocuparse del asunto ante el incremento de los precios y la escasa calidad de lo que ofrecían. Un censo de 1787 da cuenta de que en Caracas existían 39 panaderos independientes, la mayoría de ellos mujeres, dedicados al amasijo de pan aliñado, pan francés y pan prieto, que era el más barato.
El historiador Arístides Rojas, autor de Orígenes Venezolanos y Leyendas históricas de Venezuela, dice que la primera panadería moderna se creó en 1825. De esa misma fecha hay documentos de una panadería que abrió en la calle Leyes Patrias Nº 18, un inglés llamado James Campbel, donde se ofrecía un pan que duraba fresco ocho días porque estaba hecho “con levadura de cerveza, como se hace en Inglaterra y Norteamérica”. De ahí en adelante el negocio del pan se industrializó y para 1856 existían en Caracas 15 negocios dedicados a la fabricación de pan que, según un registro ordenado por Guzmán Blanco, llegaron a ser 23 en 1876.
Un censo de 1869 informa que Caracas tenía 47.013 habitantes, 3.684 de ellos extranjeros, entre ellos 506 franceses “casi todos los panaderos, los sastres y los zapateros”.
Me cuento entre los que no han parado de hacer pan. Con un kilo de harina saco una hogaza de 1,4 kg, la parto en cuatro y nos dura una semana, intercalando arepas. Total, somos Yolanda y yo. Ya nadie viene a comer a casa. Es lo más duro de la cuarentena. No poder abrazar a los amigos y brindarles un trozo de pan recién horneado. Pero lo haremos.
@miropopiceditor