Islas de calor, un riesgo para la salud, por Gabriel Sánchez-R. y Leticia Gómez-M.
El 19 de junio de 2023, en el metro de Ciudad de México que trasladaba a Juan a su consulta, la temperatura era de 42°C. Ni bien llegó a la clínica, el primer paciente del día fue una mujer mayor que reportó mareos y náuseas durante los dos últimos días. Y es que, durante el mes de junio, la onda de calor (también denominada ola de calor) que afectaba a la capital mexicana, una de las mayores metrópolis del mundo, ya estaba teniendo consecuencias en la salud de sus habitantes.
Ese día, de acuerdo con lo reportado por el Servicio Meteorológico Nacional, se registró una temperatura máxima extrema para la Ciudad de México de 41°C, mientras que la Secretaría de Salud informó de 1.072 casos asociados a temperaturas extremas y 100 defunciones a nivel nacional atribuibles a la tercera onda de calor del verano, ocurrida entre el 1 y 22 de junio.
En los últimos años, este fenómeno se ha vuelto cada vez más frecuente y los científicos apuntan a que debido al calentamiento global en años recientes estamos observado un incremento de la temperatura y en particular de las ondas de calor durante los veranos. Esto está causando el aumento de enfermedades asociadas al calor extremo principalmente en las zonas donde se presenta el fenómeno conocido como isla de calor urbana.
Pero ¿qué son las islas de calor?
El término isla de calor se refiere a aquellos sitios o áreas dentro de las ciudades en los cuales la temperatura de la superficie de calles y edificaciones es sensiblemente mayor a la registrada en las superficies en la periferia de las zonas urbanizadas, con diferencias que pueden alcanzar hasta los 10 °C. Estas islas de calor son producto del crecimiento y desarrollo de las zonas urbanas, la construcción de nuevas edificaciones y el aumento de calles y avenidas cubiertas por materiales como el asfalto o el concreto que permiten la acumulación de calor durante el día.
Además, como parte de la actividad propia de las ciudades, existen otras fuentes de calor como los automóviles y vehículos de transporte público y de carga o equipos de refrigeración como los aires acondicionados –cada vez más usados– cuya temperatura también es almacenada en las superficies de fachadas y calles. Todo el calor acumulado durante las horas de día es liberado lentamente durante las noches.
Las consecuencias del calor extremo
El aumento de las temperaturas tiene impactos en la salud y bienestar de la población que se manifiestan de diferentes formas, que van desde la pérdida de confort, el cual puede asociarse a irritabilidad y falta de concentración, hasta la deshidratación, problemas respiratorios, insolaciones y cansancio. Los golpes de calor pueden incluso causar la muerte, ya que, ante las altas temperaturas, la capacidad del organismo para disipar el calor puede ser superada, siendo los niños, adultos mayores y personas con padecimientos respiratorios los sectores más vulnerables de la población.
Los golpes de calor, de acuerdo con el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), se presentan cuando la temperatura asciende por encima de los 40 °C, superando la temperatura del organismo, considerada como normal entre los 36,5 y 37,2 °C. Esto ocurre principalmente cuando la persona pierde la capacidad de autorefrigerarse a través del sudor debido a la deshidratación.
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Los efectos asociados a las islas de calor urbanas y a las ondas de calor son un problema que tiene consecuencias en la población mundial. En su informe de 2022, The Lancet Countdown publicó los resultados de un estudio realizado en 43 países en el cual destaca que la mortalidad relacionada con el calor aumentó alrededor de 68% en personas mayores de 65 años entre los periodos 2000-2004 y 2017-2021. Para el mismo periodo, el informe reporta los porcentajes de cambio y número de decesos por país. En el caso de Latinoamérica, destacan Ecuador, con un porcentaje de cambio del 1477% (300 decesos); Honduras, con el 547% (190); Brasil, el 191% (3.920); México, con el 123% (2.070), y Argentina con el 85% (1.300).
Otro efecto es la dificultad para la conservación de los alimentos, los cuales tienden a descomponerse con mayor facilidad si están expuestos a mayores temperaturas, por lo que resulta necesario el uso de sistemas de refrigeración para su preservación.
El caso de la Ciudad de México
Pero antes de llevar a cabo cualquier tipo de acción ya sea para prevenir o disminuir este fenómeno, es necesario conocer al detalle cuáles son las zonas donde se presentan las mayores temperaturas, cuál es la cantidad de población expuesta y las condiciones propias de cada lugar. Por ello, desde la Universidad Nacional Autónoma de México, un grupo de investigadores integrantes del Seminario de Cambio Climático, Biodiversidad y Salud están realizando un estudio con el objetivo de identificar las zonas de mayor vulnerabilidad, así como la percepción de la población en dos alcaldías, para poder proponer medidas que atenúen los efectos de la isla de calor en la población.
Según los resultados preliminares de la encuesta, el 10% de las personas afirman que durante las ondas de calor suelen sufrir dolores de cabeza, mientras que casi la mitad lo sufren solo algunas veces. Además, casi un tercio de los encuestados indicaron sufrir mareos en algunas ocasiones y el 15% que en los días calurosos regularmente tienden a sufrir náuseas o vómitos.
La información obtenida en este estudio permitirá afinar las líneas de acción para identificar las acciones más adecuadas y pertinentes para prevenir y atender a la población expuesta a estas islas de calor. De hecho, estudios realizados por diversos investigadores indican que aquellas zonas en las cuales hay poca o nula vegetación, las temperaturas tienden a ser más elevadas que en aquellas en las que se cuenta con la presencia de arbolado urbano.
¿Cómo solucionarlo?
El impacto de los efectos derivados de las islas de calor es de tal importancia, que, desde diversas instancias nacionales e internacionales, gubernamentales, académicas y de la sociedad civil organizada (ONGs) se han propuesto diversas iniciativas y acciones para reducir la concentración de calor en las ciudades y, por tanto, el riesgo de afectación a la población. Entre ellas destacan el incremento del arbolado urbano y zonas verdes, pintar techos y fachadas con colores claros, instalar las denominadas azoteas verdes, lo cual consiste en cubrir estas superficies con vegetación natural. Estas acciones generan una mayor reflectancia, disminuyendo así el almacenamiento del calor. Algunas otras medidas son las de fomentar la ventilación natural y la instalación de equipos de bajo consumo energético y calorífico en las edificaciones.
La atención para minimizar o atender los efectos asociados a las islas de calor urbanas depende de la sociedad en su conjunto; las acciones deben llevarse a cabo desde diferentes trincheras y a diferentes escalas, desde las diversas esferas de gobierno, instancias académicas, sociedad civil organizada (ONGs), y desde el seno familiar y en lo personal. Todas estas esferas deben trabajar de manera coordinada y en armonía.
Desde lo individual y familiar podemos hacer mucho para minimizar el consumo de energía, desde la sustitución de equipos ahorradores hasta plantar árboles en nuestros predios o incluir vegetación en las azoteas. Desde los gobiernos y las ONGs se deben impulsar mecanismos que permitan adecuar el marco legal para favorecer el arbolado urbano y diseños arquitectónicos acordes con el clima de cada ciudad, ello con la finalidad de renaturalizar las zonas urbanas.
Las opciones son variadas, por lo que lo primero con que se debe contar es con la voluntad civil y política para atender una problemática que puede incrementarse significativamente de ser ignorada, como consecuencia del calentamiento global.
Gabriel Sánchez-Rivera es Doctor en “Desarrollo Sostenible” por la Universidad de Quintana Roo. Especialista en temas de Análisis Espacial, SIG’s, Geografía Ambiental, Riesgos, Servicios Ecosistémicos y Sustentabilidad.
Leticia Gómez-Mendoza es profesora de Tiempo Completo del Colegio de Geografía, Facultad de Filosofía, UNAM. Doctora y tiene una maestría en Geografía por la UNAM. Especialista en meteorología, variabilidad y cambio climático.
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