La Universidad en la mira, por Teodoro Petkoff
Uno de los fines, inobjetablemente totalitario, que persigue Yo-El-Supremo es liquidar la autonomía universitaria. Varias veces se ha referido al tema. Según él, la autonomía universitaria es incompatible con «el socialismo del siglo XXI». Eso de elección directa de autoridades rectorales y de libertad de cátedra no va con su idea de sociedad, donde el Estado, es decir, el propio Supremo, designaría las autoridades de las universidades públicas autónomas y establecería el contenido de las materias que deben enseñar los profesores y aprender los alumnos. El mismísimo modelo soviético, tropicalizado en el Caribe por el régimen cubano. Los movimientos estudiantiles, así como los gremios profesorales, independientes del Estado, del gobierno y del partido, son impensables en el «socialismo del siglo XXI».
El Estado totalitario aspira al control total de la sociedad. La diferencia entre una dictadura pura y simple, a la latinoamericana, y una dictadura totalitaria reside precisamente en que esta última copa todos los espacios sociales, pretendiendo ejercer, incluso, no sólo el control material de éstos sino también el control sobre el pensamiento. Nada más importante para alcanzar ese propósito que tomar el control ideológico de la escuela, del liceo y de la universidad. Todos los regímenes totalitarios que han existido y existen aún, de derecha y de izquierda, fascistas y comunistas, han colocado el control del ámbito educativo como un objetivo prioritario.
Para Yo-El-Supremo también lo es. Sólo que hasta ahora, frente a las universidades, se ha manejado con la cautela que le aconseja la prudencia de no tocarle la cola a perro que no conoce. Pero ya cree llegado el momento del zarpazo. La vía que ha encontrado es la de la reforma constitucional, a través del articulado que dejó deliberadamente en el tintero para que cargaran con aquél la señora Flores y sus conmilitones del ala talibánica. Es una vía relancina. El aplique para las universidades públicas autónomas es el de la elección de sus autoridades por los profesores, estudiantes, empleados y obreros de ellas, todos con un mismo peso en su voto.
No se trata, como señalaba alguien, de que de todos modos el chavismo perdería las elecciones en las universidades. Ese no es el punto. Tal vez sea así, pero la cuestión de fondo es la destrucción del concepto de universidad que el planteamiento entraña. El profesorado constituye la columna vertebral de la universidad, el cuerpo que le da permanencia y sustentabilidad en el tiempo; los estudiantes son el otro polo de esa comunidad de pensamiento, pero su estadía es temporal; su voto, que es necesario, no puede tener sin embargo, el mismo peso que el de los profesores. Debe ser una proporción determinada del de éstos. Hasta ahí. Incluir a empleados y obreros en la elección de autoridades no es democratización, como arguyen algunos, sino la más burda, la más grotesca demagogia, que desnaturaliza el concepto de comunidad de saber, de investigación y humanismo que es la universidad. La autonomía es una parte del problema. Pero, lo que realmente está en juego ahora es la idea misma de universidad.