Los cuatro jinetes del Apocalipsis, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
En un desastre de antología quedó sumida la hermosa capital de Francia a consecuencia de la llamada Gran Guerra. No es la única capital o gran ciudad que haya sido víctima de una sostenida confrontación bélica o un monstruoso accidente natural. Cada vez que agitan los cimientos de cualquiera de ellas, tras el apocalipsis, podría tal vez mostrar su desdentado rostro de gárgola. Pero he mencionado países y ciudades del viejo continente por tratarse del modelo por excelencia de cultura, civilización y belleza; en esas urbes el efecto debió ser devastador. O serlo, cuando menos, en la perspectiva de Vicente Blasco Ibáñez, novelista valenciano, español, que popularizó, como pocas obras, Los cuatro jinetes del Apocalipsis y es ahora, cuando desde hace muchos años había declinado el interés por esa obra estelar de Blasco, que me ha parecido pertinente evocarla cabalgando él sobre sus cuatro fenómenos cataclísmicos, a saber: hambre, peste, guerra y muerte.
Precisamente, en la crisis polifacética que sacude a buena parte del mundo y especialmente en Venezuela, por la emergencia humanitaria compleja que padece, las variables económicas y sociales resaltan la presencia trepidante de los jinetes del novelista valenciano.
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Es inocultable, por ejemplo, la incidencia de la pobreza extrema y sus consecuencias letales y, actualmente, la tenacidad, frecuencia de mutaciones y el peso del coronavirus que accidentalmente se nutre también de la precariedad del sistema de salud venezolano. ¡Allí están los jinetes de Blasco Ibáñez!, que esgrimen el emblema de la muerte e imponen, a los venezolanos y al mundo, la urgencia de la vacunación masiva y la unidad de países y laboratorios con el fin de desterrar cualquier asomo apocalíptico en el horizonte de la capacidad de respuesta del bien. Los laboratorios producen y mejoran la efectividad de la inmunización, lo que intensifica la lucha contra la peste moderna, llamada covid-19.
Se avizora en esos signos positivos que esta pandemia, al igual que las que han golpeado y aterrado durante siglos al género humano, también conocerá un final, quedando el mundo mejor preparado y prevenido para enfrentar tragedias similares.
El quinto factor emplazado para resistir diabólicas agresiones es el más sencillo de describir, aunque resulte siempre más complicado llevarlo a realidades expresas. Me refiero a un cambio en la política nacional que haga de la unidad y la convivencia formas naturales de desarrollar al nunca bien reconocido oficio político. La unidad ajustada a los límites constitucionales. Es fácil observar una propensión al cambio, siempre en el marco consagrado por la ley fundamental.
Los avances que en este sentido se produzcan llevarán casi inexorablemente a una nueva manera de entender la política como ciencia y arte.
Al respecto, en artículos anteriores, he insistido mucho en el respeto que se debe a los constructores políticos, sobre todo los que obran a conciencia sin ánimo de destruir al adversario, descalificarlo o desacreditarlo, lo cual también por fuerza abre los caminos bloqueados de la negociación. Todos los sectores interesados en el diálogo y la negociación en nuestro país, para resolver con éxito, multiplican sus argumentos a favor que han ido dejando de lado aquello que se formule con el ánimo de empeorar relaciones, obstaculizar pasos adelante y, en definitiva, volver a lo que siempre supimos, que un Estado de derecho es también un gobierno de leyes como igualmente se le identifica. Y con la ley y la Constitución los políticos de distintas corrientes no tienen nada que perder y, en cambio, tienen todo por ganar.
Mi fallecido amigo Rodolfo José Cárdenas sostenía que en toda su historia Venezuela no había vivido una era tan plenamente democrática, próspera y libre, como la que va desde el presidente Betancourt en 1958 hasta la del presidente Caldera en 1998. Por cierto, aceptando lo dicho por Cárdenas, durante todos esos años pocos fueron los indulgentes y muchos los que extremaron los medios para zaherir, al contrario.
De allí que cuando Cárdenas se refiere a esa que considera era dorada de la democracia, no supone que el sistema democrático haya tenido serias y gruesas imperfecciones dentro de sus muchos aciertos que, por lo demás, es lo normal en la democracia y lo peligrosamente silenciado en las dictaduras.
Lo más interesante de la época que estamos viviendo es el florecimiento, cada vez más fecundo, de la juventud venezolana y no me refiero solo a la universitaria.
De hecho, el liderazgo ha tenido cambios impresionantes en todas sus esferas y en los partidos democráticos. Es la garantía de que el cuarto jinete mencionado por Blasco Ibáñez será un dirigente bien formado y, en consecuencia, la tragedia probablemente se convertirá en una verdadera y gran obra dramática que irisará el provenir de los venezolanos. Y sepultará en el recuerdo de la gente los oscuros momentos apocalípticos.
Américo Martín es abogado y escritor.
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