Marulanda o las alas mutiladas, por Gabriela del Mar Ramírez
Llegué a su consulta referido por el Dr. Garrido, médico pediatra de mis hijos. Me sorprendió su minuciosidad al examinar a mi hijo mayor. Lo hizo subir a un cubículo de cristal con un espejo inclinado adentro. Era la manera en la cual podía mirar con precisión las medidas exactas de las plantillas que necesitaría el niño para corregir su pisada. Inmediatamente percibí que pese a su juventud, era de esos médicos a la antigua. Los que me comentaba mi abuela que llamaban en su época, médicos de familia.
Durante el paro del año 2002, cuando las personas luchaban por preservar el medio tanque de gasolina, Marulanda gastó el suyo para llegar hasta la emergencia de una Clínica y entablillar el brazo de mi segundo hijo. Esa fue su primera expresión de profesionalismo, cuando la mayoría de los médicos simplemente argumentaban que les resultaba imposible llegar a los centros de salud. Y era cierto pero todos sabemos que hay médicos más abnegados que otros. Por alguna razón, el Doctor ocupó un lugar especial dentro de mi familia debido a la propensión de accidentes de uno de mis hijos.
En otra ocasión, lo llamé por una caída suya que ameritó cirugía pero estaba de guardia otro médico ya que él estaba en el Acto de entrega de Diplomas de sus hijas. Tal como lo hubiera hecho cualquier madre, le pedí que atendiera el caso personalmente porque implicaba la administración de anestesia y quirófano. Suspiró, se escucharon aplausos del otro lado del teléfono y respondió “salgo enseguida para el hospital”. Cuando llegó sus asistentes lo esperaban para vestirlo e internamente agradecí la entrega.
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Más tarde, cuando asumí el cargo de Defensora del Pueblo nuestro equipo se dedicó a visitar barrios y tenía contacto directo con las comunidades de tal manera que enfrentábamos muchas realidades de carestía o bien recibíamos peticiones directas de ayudas. En virtud de la amistad con José Alberto Marulanda, le comenté el caso de un pequeño de una comunidad pobre con una malformación en las manos. Yo esperaba que él pudiera recibirlo. Pocos sabrán que este hombre, con manos milagrosas es uno de los tres a cuatro cirujanos especialistas de mano en Venezuela. No solo aceptó mi ofrecimiento sino que compartió su trabajo social conmigo: me mostró las fotografías de unos diez niños con malformaciones genéticas quienes necesitaban ser operados con urgencia. Marulanda estaba dispuesto a operarlos exonerando sus honorarios pero debía cubrir los costos de anestesiólogos e implementos médicos. ¡Los presupuestos eran francamente bajos! Con nuestra alianza, ambos tuvimos la satisfacción de regresarle la movilidad en sus manos a todos esos niños. Verlos coloreando o simplemente tomando por sí mismos un vaso para tomar agua, era nuestra medalla de reconocimiento.
Las manos milagrosas de Marulanda fueron inmovilizadas esta semana por las esposas criminales de unos esbirros que no pudieran dar con el paradero de una persona allegada a él. Quienes nada pueden hacer por los enfermos, transmiten su envidia mutilando las manos de quienes sí pueden. Un hombre cuya única actividad es recorrer los pasillos de hospitales y escuchar con gesto sereno las peticiones de los enfermos, fue despojado esta semana del sentido de la audición por una golpiza de uniformados ansiosos por un reconocimiento miserable de sus jefes.
Finalmente una persona abocada a paliar el dolor ajeno, fue sometida esta semana a los dolores más innecesarios y perversos en su propio cuerpo. Los dolores que sufre el cuerpo de nuestra patria por el secuestro irracional de nuestra soberanía y el empeño obcecado de mantener el poder a cualquier costo. El costo de los demonios mutilándoles las alas a los ángeles.