Trampas para Washington en la Cumbre de las Américas, por Mariana Kalil
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En febrero de 2022, China y Rusia publicaron una declaración conjunta en la que proyectaban una visión del mundo compartida. En ese momento, argumentaban, el mundo dejaría de ser unipolar, es decir, Estados Unidos dejaría de concentrar la mayor parte del poder mundial. El mundo sería policéntrico, y Rusia y China serían algunos de esos centros.
En marzo de 2021, la administración Biden, en su Estrategia de Seguridad Nacional, ya señalaba dos tendencias: China sería el único país capaz de reunir un poder económico, diplomático, militar y tecnológico que podría amenazar la hegemonía de Estados Unidos, mientras que Rusia aparece como un país capaz de desestabilizar la influencia de Washington D.C. en el mundo. En este contexto, está teniendo lugar la Novena Cumbre de las Américas en Los Ángeles, Estados Unidos.
La Cumbre de las Américas es una reunión de Jefes de Estado y de Gobierno de las Américas que se celebra aproximadamente cada tres años desde 1994 para debatir los retos comunes, afirmar los valores compartidos y comprometerse con acciones nacionales y regionales conjuntas para hacer frente a los nuevos y persistentes desafíos. Desde su puesta en marcha, las Cumbres suelen caracterizarse por la ausencia de liderazgo y el abordaje de temas controvertidos.
En 2018, por ejemplo, Donald Trump no asistió a la Cumbre de Lima. Tampoco es raro ver Cumbres en las que las declaraciones no se adoptan por consenso, y los temas controvertidos suelen quedar fuera de las reuniones. También son frecuentes las polémicas sobre la amenaza de boicot a la Cumbre por la exclusión de países como Cuba. La diferencia este año es que Estados Unidos ha revertido la posición que había tomado en 2015, cuando Cuba fue invitada a participar en las Cumbres de las Américas.
Es el país anfitrión el que elabora la lista de invitados y, en 2022, Estados Unidos dejó fuera a Cuba, Nicaragua y Venezuela. En un escenario en el que China es el principal socio comercial de los países sudamericanos, estos tres países forman una troika que introduce la influencia de Rusia en los márgenes de poder de Estados Unidos.
Si, históricamente, Estados Unidos considera las Américas como un territorio para los (norte)americanos, la geopolítica del siglo XXI ofrece nuevos retos en la región que, sin embargo, corren el riesgo de adquirir soluciones antiguas ante las lentes utilizadas por los responsables estadounidenses.
En el siglo XX, Washington D.C. instrumentalizó a los gobiernos de América Latina y el Caribe para que apoyaran a los regímenes pro estadounidenses, aunque no tuvieran ningún compromiso con la democracia y los derechos humanos. Entonces, como ahora, el discurso de Estados Unidos era que Occidente representaba el lado democrático y capitalista de una guerra en la que se oponía al autoritarismo y al socialismo. Sin embargo, los países latinoamericanos, mientras estuvieron alineados geopolíticamente con Estados Unidos, tuvieron sus prácticas de falta de respeto a la democracia y los derechos humanos aceptadas por Washington D.C. -con la excepción, hasta cierto punto, de la Administración Carter.
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La exclusión de la troika de la Cumbre de las Américas revela una selectividad similar, ya que países como El Salvador tienen una democracia cuestionable y no respetan sistemáticamente los derechos humanos, pero fueron invitados. Según el índice de libertad de Freedom House, el principal think tank occidental que mide estos índices en todo el mundo, en América Latina no sólo Nicaragua, Venezuela y Cuba no son libres, sino también Haití, invitado por Estados Unidos a la Cumbre.
Además, entre 2020 y 2021, hubo una tendencia a la baja en los índices de democracia en la región, incluyendo países como Brasil, Colombia, Guatemala, El Salvador y México. En este sentido, acoger la Cumbre y firmar declaraciones que celebren los valores democráticos compartidos por los países de las Américas podría significar legitimar a gobiernos que, aunque geopolíticamente cercanos a Estados Unidos, están lejos de ser campeones de la democracia y los derechos humanos.
Actuar de este modo genera costes a medio plazo para los propios Estados Unidos, que acaban siendo vistos por los latinoamericanos como un enemigo de la voluntad popular, patrocinando proyectos de poder ajenos a los deseos del pueblo. Frente a la primacía comercial de China en Sudamérica y las iniciativas de la Ruta de la Seda, parece contraproducente que Estados Unidos vuelva a adoptar una estrategia de instrumentalización de los regímenes favorables a sus intereses, legitimando gobiernos que tienden a ser autoritarios y a irrespetar masivamente los derechos humanos sólo porque, a corto plazo, parecen contener la influencia de China y Rusia.
La selectividad de la administración Biden con motivo de la Cumbre de las Américas es, por tanto, una trampa para los propios Estados Unidos. Genera consecuencias negativas para los intereses de Washington D.C. en su zona de influencia inmediata. Esta situación se vuelve aún más delicada ya que la tradición de la política exterior de los países sudamericanos, por ejemplo, se basa en la noción de autonomía, es decir, la noción de que no deben alinearse automáticamente con ninguno de los polos de poder mundial.
En estos países, la búsqueda del desarrollo pasa por la diversificación de las asociaciones, el establecimiento de buenas relaciones con todos los polos de poder para generar medios que fortalezcan la economía y promuevan la justicia social en la región.
Ante la interpretación de la administración Biden, que parece similar a la de la Guerra Fría, el retorno de políticas exteriores autónomas por parte de los países de las Américas podría generar la percepción en Washington D.C. de que los países de la región estarían coqueteando con alineamientos con China y Rusia, una percepción errónea que podría generar el apoyo de Estados Unidos a procesos de cambio de régimen y a regímenes autoritarios. Esta actitud comprometería, por tanto, la percepción de que Estados Unidos es un socio de América Latina y el Caribe en el fortalecimiento de las instituciones democráticas, el respeto a los derechos humanos y el medio ambiente, todas ellas agendas centrales de la Cumbre de las Américas de 2022.
Profesora de la Escuela Superior de Guerra, donde coordina el Programa de Postgrado en Seguridad Internacional y Defensa. Tiene una maestría y un doctorado en Relaciones Internacionales (Universidad de Brasilia) y es también profesora colaboradora del Programa de Postgrado en Ciencia Política (Universidad Federal Fluminense).
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