Un parao a los abusivos, por Tulio Ramírez
El juego de metras era, junto a «Ladrón y policía», la «Ere», «Pisé» y «El Escondido», de los entretenimientos más recurridos por los niños nacidos en los años 50 y 60. Eran juegos que ayudaban a desarrollar habilidades motoras sin representar riesgo alguno para el ejecutante, además de potenciar la inteligencia emocional para afrontar el fracaso. «Aprender a perder», era lo primero que nos enseñaban en casa.
Además de estos juegos no violentos, había otros un poco más temerarios. Por ejemplo, competir en una loca carrera, lanzándose a toda velocidad por las empinadas bajadas de los Barrios de Caracas, usando precarias carruchas construidas con tablas y ruedas de patín, era casi un acto suicida. La posibilidad de estrellarse contra un vehículo estacionado o chocar contra un poste de luz, era muy alta. Las lesiones casi siempre ameritaban asistencia traumatológica, amén de la segura cueriza recibida con el cable del motor de la máquina de coser Singer.
Otro juego, también muy agresivo era «Fusilao o Quemao». Participaban varios jugadores, cada uno se asignaba un número. Se usaba una pelota de goma maciza. Uno de los participantes la lanzaba al aire y gritaba un número. El señalado debía tomar la pelota en el aire y lanzarla a pegar a alguno de los jugadores. Si atinaba pegar la pelota a algún participante antes de ponerse a salvo, el golpeado era fusilado por el grupo. Si fallaba, el lanzador era el fusilado. El fusilamiento consistía en lanzar la pelota a la espalda de la víctima en una distancia de 5 metros y a una velocidad de 70 u 80 millas por hora. Más de uno terminaba en el suelo sin aire.
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Los juegos pacíficos o los de alto impacto físico no estaban exentos de la presencia del abusivo. Ese grandulón que hacía trampas para ganar, o arrebataba con violencia cuando perdía, formaba parte del escenario. Lo paradójico es que este personaje no pocas veces generaba admiración entre sus propias víctimas. Había que tener mucha personalidad para no seguir los pasos de ese «Héroe».
Hoy, los niños se entretienen con otro tipo de juegos. Son quizás menos temerarios, pero igual están expuestos a otro tipo de situaciones de riesgo. Por ejemplo, es muy alta la probabilidad de caer en una alcantarilla por estar concentrado en el celular, pero no por la atención al teléfono, sino por la falta de tapa. Existe la falsa creencia que por ser los juegos de hoy más individualizados gracias a la virtualidad, el niño está más alejado de los abusivos de siempre.
Ya no se trata del que te roba la merienda en la escuela, o del que te da una paliza por puro placer, o el que te roba las metras o el trompo, cuando pierde el juego. Ahora el abuso se expresa en el ciberbullyng, el Groomin (acecho de pedófilos a través de la red), la pornografía, el lenguaje inapropiado, la violencia; el phishing o estafas por la red. Los nombrados son solo algunos de los acosos a los que están expuestos nuestros muchachos. Los abusivos se presentan ahora en formato digital.
Al igual que ayer, hay que dar herramientas a los muchachos para evitar que sucumban ante el abusivo o vean esa conducta como deseable por el rédito eventual que se obtiene. Estas herramientas tienen que ver con una sólida formación moral y ética, sentido de justicia y respeto al otro. Los padres no deben delegar esta tarea a la escuela.
Ayer nos inculcaban esos valores a fuerza de regaños, castigos y certeros chancletazos sin orificio de salida, hoy es a través de terapias profesionales o de orientación pacífica y disuasiva en el hogar. Cada época ha desarrollado sus propios mecanismos, lo importante es lograr el cometido, a saber, el rechazo a cualquier forma de abuso.
Ahora bien, esto no solo aplica a los niños, también aplica para las sociedades. La intolerancia al abuso es un antídoto contra cualquier forma de violencia. Rechazar a los que, desde posiciones de poder económico o político, han abusado reiteradamente de los ciudadanos, es un deber moral. Este 28 de julio, es una buena oportunidad para dar un parao a los abusivos.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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