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La comida en la mitología pemón, por Miro Popić



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La comida en la mitología pemón
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Miro Popic | @miropopiceditor | febrero 18, 2022

Twitter: @miropopiceditor


La Gran Sabana es grande pero no es sabana, es más bien altiplano. Su verdadero nombre, en lengua pemón, es Wëkta, que significa “región de tepuyes” y también “lugar de mitos”. El pemón llama Teponken, que significa “hombre-con-vestido” a los extraños que se adentran en su territorio. En la cultura pemón, todas las cosas, sin dejar una, antes eran personas. Ese es el pensamiento fundamental de su sistema ideológico. Un mundo donde los seres vivían en relación de solidaridad fraternal, de una naturaleza no viciada.

Esto lo acabo de aprender leyendo una obra interesantísima, Cultura Pemón. Mitología pemón, Piato Ekareyi, y guía mítica de la gran sabana, Wekta, (UCAB, Caracas, 2002), de monseñor Mariano Gutiérrez Salazar, quien vivió en esa región veinticinco años como misionero y veinte como obispo, dejando una obra completa dedicada el mundo pemón.

De esa lectura aprendí sobre el régimen alimentario pemón, que era lo que andaba buscando, ahora que el tema parece estar de moda. Más bien, aprendí sobre la mitología en la que basan su conocimiento e interpretación de la realidad.

Akawuamarí, en la mitología pemón, es el alma de la yuca, la que ayuda a que la planta crezca y dé buenos tubérculos. Dicen que se les aparece en sueños a los niños perdidos en la selva, representada en la figura de una anciana amable, cariñosa, llamada Esewon Nosamo. Colocan entre las plantas unas piedrecitas rojas o unos bejucos de los yucales para que la siembra prospere y sea abundante.

Kadava llaman a una especie de ocumo silvestre usado por los Piaimá para matar a sus enemigos. Lo cocinan en una olla mezclado con el polvo de las pisadas de ellos. Ese ocumo se convierte en tigre, Kanaimë, cuando no se da comida.

Los pemón hablan de un ser maligno que habita en los cerros bajo las cascadas y lagunas y anda dentro de los árboles. Ese ser se le puede aparecer a los enamorados, Amariwak, y provocarles mal donde pierden el apetito, el color natural y las fuerzas. Para curar el mal de Amariwak emplean ají picante, olores ácidos y desagradables, cosas punzantes, evitando las cosas suaves y perfumadas. Cuenta monseñor Gutiérrez que los indígenas dicen que «cuando uno está enamorado y piensa nada más que en su novia o en su amor, se aparece Amariwak en forma de muchacha, pero con brazos para atrás, porque tiene las uñas largas y feas». Una manera de espantarlo es dándole unos ramazos con el cogollo de una palma espinosa llamada amaradek.

Una antigua técnica de pesca indígena es el barbasco, arbusto con el que acostumbran hacer una preparación que adormece a los peces y facilita su captura. En la mitología pemón, todo comenzó cuando un niño llamado Paireure, muy llorón, fue entregado por su madre a una zorra que pasaba, quien se lo llevó y lo alimentó con frutas, y luego, ya crecido se lo dio a una danta con la que se casó. Fue entonces a visitar a su madre y dejó a la danta entre los matorrales para que su familia no se enterara.

*Lea también: Mas allá de los bodegones, por Marianella Herrera Cuenca

Luego de emborracharse con mucho kachirí, Paireure soltó la lengua y contó su aventura. Los hermanos encontraron a la danta y la flecharon y al abrirle el vientre encontraron un niño. Lo llevaron a la quebrada para bañarlo y al hacerlos los peces se morían. De ahí en adelante, cada vez que querían comer pescado, llevaban al niño al río y atrapaban gran cantidad de peces. Ya adulto, falleció de un flechazo de Ököyima y el padre lo enterró. De sus huesos brotó Ada, que es el barbasco que los pemón usan en sus pesquerías.

Los pemón tienen también su propio Prometeo, el que le robó el fuego a Zeus para dárselo a los griegos. Se llama Mutuk. En aquel tiempo remoto los Makunaimá no tenían fuego, comían sus presas crudas y pasaban frío. Un día vieron a un pájaro león muy colorido que llevaba fuego en su pico. Chiké le ató una cuerda en la cola y así pudieron llegar a su casa, donde vieron como sacaba el fuego de su garganta al carraspear sobre leña amontonada en el hogar. Chiké se convirtió en grillo y los niños de Mutuk se pusieron a jugar con él y le pusieron el fuego sobre las alas. El grillo saltó fuera y se llevó el fuego. Desde entonces los pemón asan sus presas, no pasan frío y comen caliente.

Hay muchas historias más, pero en ninguna encontré que en Wëtka, lo que nosotros llamamos Gran Sabana, los pemón comieran fondúe de queso ni sopa de goulash. Buen provecho en pemón. Peijjava.

 

Miro Popić es cocinólogo. Escritor de vinos y gastronomía.

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