Cenizas, por Alejandro Oropeza G.
Autor: Alejandro Oropeza G. | @oropezag
“La comunidad política tiene el reto de
preservar la memoria del totalitarismo por medio
de formas instituidas de memoria. Pero también es
un reto de cada miembro de la comunidad el cuestionar
las instituciones del presente a la luz del pasado recordado
y con ello protegerlas del un retorno al totalitarismo”.
Vanessa Lemm,
“Nietzsche y el pensamiento político contemporáneo”,
Stgo. de Chile: FCE, 2013.
Las redes sociales daban cuenta hace pocos días de la afirmación de una de las más preclaras integrantes del procerato revolucionario cuando afirmaba: palabras más, palabras menos, que “ellos” permanecerían en el poder aún cuando Venezuela estuviese hecha cenizas. Es de esperarse que la afirmación no pueda sorprender a nadie, menos aun cuando, efectivamente, ese objetivo pareciera ser el Norte de la “gestión” de gobierno de la autodenominada revolución; y cuando la africanización de las realidades sociales y económicas es el fin de la acción política del régimen, tesis esta en la cual ha venido insistiendo mi amigo el profesor Miguel Ángel Martínez M., hace ya algún tiempo.
Pero, más allá de lo aberrante de la afirmación, convendría revisarla en atención a diversos parámetros para tratar de verificar la intencionalidad que reviste la pretensión de la prócer revolucionaria. Me vino a la mente, en primer lugar, la idea de nobleza y el ejemplo que subyace en el arrase práctico que la propia “dama” reconoce que tiene por consecuencia el actuar del régimen. El ejemplo (no metáfora) que se proclama: arrasar al país hasta volverlo ceniza, pudiese pensarse como el modelo que un liderazgo expone ante la sociedad en la que el mismo es ejercido, lo cual en oportunidades y hasta cierto punto, deviene en una guía para dicha sociedad, o quizás para una parte de ella, sus seguidores por ejemplo.
La perorata patriótica que es gritada a los cuatro vientos es: “¡Arrasemos el país hasta que no quede nada! Destruyamos todo para conservar el poder”. Por lo que tal modelaje significa entonces, una posibilidad de educación, de reseña de conducta a seguir. Digo posibilidad porque esos “educadores” no podrían ser otra cosa, en el buen sentido del término, que los liberadores de esa sociedad. Pero, ahí otro escollo, recordemos aquella flamante afirmación de aquel también inefable, ministro, hoy día gobernador de un estado, en la cual afirmó vox populi
Que no educarían a los necesitados para que después se volviesen opositores, escuálidos fue la expresión utilizada
Por lo que entonces la idea y el fin mismo del modelaje positivo, aguas abajo, de la actuación pública del procerato político revolucionario está definitivamente ausente. Este modelaje educativo, para llamarlo de alguna manera, es a todas luces una intervención que persigue deformar y asolar la vida misma de los integrantes de la nación, someterlos, hacerlos borregos dependientes de un Estado pretendidamente omnipotente desde la perspectiva del dominio, no así desde el ejercicio de la autoridad soportada en la ética pública.
Es pertinente también apreciar simultáneamente la afirmación del arrase, desde la perspectiva de la idea de nobleza de quien o quienes detentan aquel dominio político sobre la sociedad, en el cual, como ya afirmáramos, la autoridad (entendida desde una fundamentación ética y soportada en una auctoritas) está ausente de la acción política del régimen. Desde este enfoque ¿Traduce y representa la afirmación, la de la ceniza a cambio del poder, un signo de nobleza? Por supuesto que no, es la primera respuesta inmediata, pero ¿por qué no? Según el filósofo alemán Friedrich Nietzsche en su obra Más allá del bien y el mal, estamos frente a un signo de nobleza cuando no se piensa jamás en degradar los propios deberes en obligaciones para todos; es decir, no tener el deseo de delegar y por tanto, de compartir la propia responsabilidad; y, finalmente, contar los privilegios y su ejercicio entre los propios deberes.
Entonces, ¿a quién la responsabilidad de la tragedia venezolana? ¿Dónde la asunción de un compromiso con la sociedad más allá del endoso de los fracasos a terceros? ¿Quiénes asumen los privilegios de ese poder secuestrado como deber ante una ciudadanía que padece día a día un desgobierno paralizante? Un autor ruso extraordinario Fiódor Dostoievski en una capital obra Los hermanos Karamazov, afirmaba que la autoridad se debe establecer sobre un orden moral y legal y que quienes están llamados a ejercerla tienen que cumplir ese deber y que nadie, léase bien, nadie puede responder por ellos a ese llamado.
Ese llamado-afirmación absurdo de la funcionaria del Estado venezolano, Iris Varela, pretende que las diferencias entre quien está llamado a ejercer la autoridad-dominio y quien la soporta sean parcialmente abolidas ¿Para qué? ¿Para hacer corresponsable del desastre a quien es obligado por medio de la violencia de Estado a obedecer? Sí, ese es el objetivo: hacer parte del desastre de volver cenizas a este país con la ciudadanía incluida, a todos y entonces, no existan culpables específicos a quienes señalar; por vía del mecanismo de crear la ilusión de la corresponsabilidad general, que no deviene al final en responsabilidades individuales.
El punto es, que cuando esas diferencias entre gobernantes y gobernados pudieren ser abolidas, de suyo desaparece también la posibilidad de lograr y ejercer una libertad mínimamente genuina (cuyo alcance y contenido no es posible desarrollar acá), y ello, nuevamente trayendo al filósofo alemán, es imposible porque uno de los mecanismos por medio del cual esa libertad pública puede ser ejercida es precisamente a través de la oposición, confrontación o lucha contra el gobierno, ello desde el espacio público, que es el espacio de lo político, la pluralidad y el discurso, según Hannah Arendt. Diluidos en él, en el Estado-Gobierno-Partido, confundidos en él, dependientes de él es imposible oponerse, ya que ello significaría oponernos a nosotros mismos. Entonces ¿Es el gobierno del pueblo? ¡No!, no lo es, simplemente porque nosotros, el pueblo, no tenemos el dominio ni ejercemos los privilegios que ELLOS ejercen; no, porque somos diferentes de esa camarilla gobernante o desgobernante.
No es la totalidad del pueblo venezolano corresponsable del descalabro de la esperanza de la nación, de la calidad de vida de la nación, no somos el pueblo venezolano los Atila que han desolado todo y lo han convertido en ceniza para que un grupete se mantenga en el poder, no somos parte de esa oligarquía política (y no queremos serlo ¡por favor!) que no padece las consecuencias de sus propias acciones intencionadas para el desastre público que afecta a la sociedad toda salvo, repito, a ellos mismos y sus allegados.
No es la intención de esta funcionaria diluir la responsabilidad en un sector del gobierno, cualquiera que él sea; no, trata de generar una nube de caos sobre las responsabilidades de origen que luego por la omisión y la acción se extiendan como agua regada a lo largo y ancho de la sociedad. Ese es el objetivo de vociferar demagógicamente (y ellos lo saben) que el pueblo es el que manda en esta revolución, cercenarle la memoria e insuflarle la convicción, la falsa convicción, de una corresponsabilidad que deviene de que es parte del poder. Y esa pretensión cabalga en los liderazgos, si se pueden llamar tales, con pretensiones de generar futuros. No existe la verdad en política y cuando presente está es efímera o de muy difícil identificación. Pero la verdad de las consecuencias de la acción política es evidente y no se puede ocultar.
Un antiguo axioma jurídico recoge que: «In iure confessi, pro iudicantus habentur», el cual traído a la practicidad de nuestros días puede ser expresado como “a confesión de parte relevo de pruebas”. Así, en la afirmación referida de la asolación a cambio del poder, se confiesa que poco le importa e interesa al procerato revolucionario que Venezuela se convierta, más aún, en un erial de cenizas inútiles y sin futuro, el fin es mantenerse en el ejercicio del poder como sea. Lo que sí le interesa es que el pueblo se crea el cuento de que es corresponsable de esa realidad y sienta que no tiene derecho a pasar y cobrar esa factura.
¿Quién, quiénes aceptamos la perdurabilidad de ese nefasto escenario a lo largo del tiempo?
Me atrevo a afirmar que muy pocos.
¿De cuál lado se coloca usted?
WDC.
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