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Comida de cuartel, por Miro Popic



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Miro Popic | @miropopiceditor | febrero 2, 2018

Autor: Miro Popic | @miropopiceditor


Este 2018 comenzó de muchas maneras y una de ellas han sido las protestas y renuncias de la tropa porque no las alimentan suficiente ni adecuadamente. Los uniformados también hacen cola, pero para pedir la baja porque, dicen, ya no es lo que era y el sueldo no les alcanza ni para una caja CLAP. El fantasma del hambre ha alcanzado también los cuarteles.

Los ejércitos marchan sobre sus estómagos, decía Napoleón, aludiendo a que tropa mal alimentada no gana batallas. Lo comprobó cuando decidió adentrarse en Rusia y se encontró con el verdadero invierno donde la ausencia de comida pudo más que balas y bayonetas. La campaña se inició en junio de 1812 con un total de 610.000 hombre cuya ración diaria era de 750 gramos de pan, 550 gramos de bizcocho, 250 gramos de carne, 30 gramos de arroz, un litro de vino por cada 4 hombres y un litro de vinagre por cada 20. Al final quedaron solo 28.000 hombres que terminaron alimentándose de los cadáveres de sus compañeros muertos a causa del frío.

En 1810, Venezuela tenía un millón de habitantes y 4.6 millones de cabezas de ganado, es decir, habían más vacas que gente. Al terminar la guerra, en 1823, quedaban solo 250 mil. Fueron esas reses las que alimentaron esos ejércitos y lo que vino después fue hambre pura simple, como dice Germán Carrera Damas.

Durante siglos, en casi todo el mundo, la incorporación de campesinos a las fuerzas armadas era una opción de paga y comida, sin importar el bando, la ideología, ni la bandera bajo la cual peleaban. Era una manera de procurarse subsistencia. Entre morir de hambre o morir en combate, no había mucha diferencia. Luego de los desastres de abastecimiento que sufrieron las tropas de Napoleón, surgió la necesidad de desarrollar un mejor sistema de suministros lo que dio origen a una serie de innovaciones que se incorporaron a la vida cotidiana de todos nosotros, incluso hasta nuestros días.

Los alimentos enlatadas que consumimos a diario, por ejemplo, son consecuencia de las raciones de combate que se inventaron hace dos siglos atrás, cuya historia comienza con un confitero francés llamado Nicolás Appert, quien desarrolló una técnica que lleva su nombre (apertización), consistente en la esterilización de un producto comestible a más de 100ºC envasado luego en metal, vidrio o plástico. La idea era ayudar a las tropas francesas para alimentarlas en campaña, pero lo artesanal de su elaboración no avanzó hasta que la agarraron los ingleses y mejoraron los procesos. Otro francés, Pierre Durand, llegó a Inglaterra con la idea de Appert y el rey George III le concedió una patente para el envasado de alimentos en recipientes de hierro forjado recubiertos de estaño para evitar la oxidación. Durand no produjo ni una sola lata porque vendió sus derechos a dos ingleses, Bryan Donkin y John Hall, quienes ya en 1813 estaban enlatando comida que luego sirvió al éxito de la Royal Navy que por años fue la reina de los mares apoyando al imperio británico.

Para abrir las latas los soldados utilizaban la bayoneta y si estaban muy apurados y con hambre, un disparo de fusil. Tuvieron que pasar más de 40 años para que a alguien se le ocurriera inventar el abrelatas, ampliando así su uso en la población civil. Fue un norteamericano, Ezra J.Warner, quien inventó el primer abrelatas que, obviamente, no era muy seguro para el que lo manipulaba. J. Osterhoundt creó una llave con una ranura que se ponía en una lengüeta y se enrollaba la tapa dejando al descubierto el contenido, muy popular sobre todo en las antiguas latas de filetes de anchoas. Durante la segunda guerra mundial, cada ración de los tropas norteamericanas venían con un pequeño abrelatas en forma de uña conocido como P38. Hoy existen métodos más simples y fáciles de abrir productos procesados, como los nuevos envases de diablitos que, en cualquier abasto, son guardados bajo llave para que la gente no se los coma antes de pasar por caja.

La comida en los cuarteles no parece ser hoy tan igualitaria como pregonan. No he visto soldados gordos, pero sí mucho general subido de peso.

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