«La única manera de que la Constituyente cristalice es que el gobierno sea militar»
Autor: Txomin Las Heras Leizaola/Bogotá
El sociólogo y columnista venezolano, Tulio Hernández, decidió dejar Venezuela tras las amenazas vertidas públicamente por el presidente Nicolás Maduro de llevarlo a la cárcel por la publicación de un mensaje en Twitter donde llamaba a la población a defenderse de los colectivos armados.
No quiere considerarse por ahora un exiliado y advierte sobre la inexistencia de garantías en el país producto de la falta de autonomía de los poderes públicos que lleva a un abuso de poder como el que han sufrido el periodista César Miguel Rondón y él. En Bogotá, donde presentará este viernes su más reciente libro Venezuela: una nación a la deriva, accedió a conversar con Tal Cual sobre la crisis venezolana.
– Un día usted se acostó como ciudadano venezolano con todos sus derechos y al día siguiente amaneció engrosando las filas de los exiliados venezolanos.
– No es exactamente exiliado en el sentido legal del término. Ni me expulsaron del país, ni tengo prohibición de salida. Sólo soy un perseguido., un amenazado por el poder. Porque lo que ha logrado este gobierno es una estrategia muy parecida a la de la dictadura uruguaya de los años 70 y 80 que amenazaba a la gente con cárcel o con juicios y como la gente sabía que los juicios eran amañados y que no había el debido proceso, sencillamente huía de inmediato. Y en Venezuela eso es lo que está aplicando el gobierno.
El presidente Maduro nos amenazó en cadena de radio y televisión a César Miguel Rondón y a mí de que debíamos estar presos por incitar a la violencia. Obviamente eso es anticonstitucional porque un presidente no puede juzgar, no puede tomar partido. Lo más que puede pedir es que se abra un proceso. Pero el presidente no es el sistema judicial.
Esto demuestra fehacientemente, no queda ninguna duda, que en Venezuela no hay autonomía de poderes. Eso se practicaba desde la época de Hugo Chávez quien, por ejemplo, amenazó con cárcel al ex candidato presidencial y ex gobernador del Zulia, Manuel Rosales, quien tuvo que irse. Chávez también llegaba a una esquina y decía me expropian ese edificio y al día siguiente lo expropiaban sin ningún proceso, sin ninguna evaluación. Personalmente es una experiencia. Yo siento que me estoy tomando unas vacaciones necesarias pero no considero todavía que esté exiliado.
– Usted dice que técnicamente no se considera un exiliado pero en los hechos sí lo es. Volver a Venezuela puede significar un gran riesgo.
– Sí, pero mientras no haya ningún proceso abierto, un juicio, un allanamiento que es lo que suelen hacer para intimidar, yo, para mi salud mental, me lo tomo como que estoy en unas vacaciones. Además, efectivamente, tenía que venir a Colombia a presentar mi libro Venezuela: una nación a la deriva, lo que estaba planificado para esta época y posteriormente en Madrid. Así que me lo tomo como una situación ambigua, no como una situación de hecho, de facto.
– ¿Qué significa que un Presidente de la República pida públicamente por televisión que usted debería de ir preso?
– Es un abuso de poder, un regreso a las épocas dictatoriales, a la época gomecista y a la época de los caudillos rurales. Y es una tristeza porque demuestra que los ciudadanos estamos sin ningún tipo de protección. Si el presidente puede hacer eso y ningún otro poder sale a decirle que eso no está en sus atribuciones pues sencillamente nos encontramos en una involución.
– Las amenazas del presidente Maduro se produjeron tras un mensaje suyo en Twitter donde sugería a la población neutralizar desde sus hogares con cualquier cosa, incluso con un matero, la acción criminal y vandálica de los colectivos armados. ¿Puede explicarnos en qué contexto lo escribió?
– Es probable que lo haya hecho en un momento de desesperación. A raíz de la impotencia que me producían las agresiones de los colectivos a viviendas donde tengo familiares en los Andes, hice un tuit poco prudente, sugiriéndole a la gente que se defendiera de los ataques de los grupos de choque que ha creado el chavismo. Incluso, dije para subrayar la indefensión, “Se valen macetas”. Quería subrayar la indefensión de personas que no tienen armas y son atacados por pistoleros o por guardias nacionales con bombas lacrimógenas y perdigones.
Se produjo al día siguiente un accidente que produjo la muerte de una señora y la maquinaria de guerra sucia del chavismo intentó hacerme responsable intelectual del hecho. Toda una patraña rebuscada. Una infamia. Entonces, por convicción unánime de amigos y familia, teniendo en cuenta la perversidad de la élite del poder, a sabiendas que allanan tu casa sin orden judicial y te encarcelan sin el debido proceso, decidí proteger mi integridad física y mi libertad personal saliendo de manera muy discreta del país, casi de punta de pies, para hacerle difícil al Sebin cumplir las órdenes del presidente de la República.
Yo soy un pacifista que creo en la lucha democrática. De hecho, me opuse abiertamente por televisión contra lo que se llamó el Carmonazo. Me opuse radicalmente al paro cívico nacional que algunos llaman el paro petrolero, en 2002-2003. Me opuse con contundencia a la decisión de no participar en las elecciones legislativas de 2005. Y me he opuesto a quienes piden a los militares demócratas que den un golpe de Estado. Sostengo que cualquier salida que no sea civil y democrática es un retorno.
Pero también creo que nosotros tenemos que defendernos, que no podemos dejar que los colectivos armados y todos estos grupos que se va inventando el gobierno puedan hacer lo que les da la gana. Por eso no creo que haya ninguna contradicción entre defender una salida democrática y defender la vida de uno y de su familia. Por eso no estoy tan de acuerdo con los que cuestionan ciertas actitudes de violencia de sectores de la oposición pues esa es una violencia defensiva.
Además todas las leyes establecen excepciones en las penas cuando la gente actúa en defensa propia Si yo voy caminando pacíficamente ejerciendo un derecho constitucional y sistemáticamente unas tropas armadas con metras, con bombas y con perdigones me atacan, yo debo de tener un mínimo derecho a defenderme, a protegerme.
Quien genera la violencia en Venezuela no es la oposición. Quien la genera es el gobierno porque impide sistemáticamente el ejercicio de un derecho. Es más, creo que los sectores democráticos han sido extremadamente pacíficos. En Venezuela la gente ha soportado agresiones, prisiones, violaciones y no conocemos un solo acto de terrorismo como se conoció en el franquismo en España, como vimos en el caso de las Brigadas Rojas en Italia o en Colombia por cosas menores que las que hemos vivido.
Hay que tener cuidado con caer en la trampa del gobierno que cada vez que alguien cuestiona y rechaza los ataques de los colectivos armados, que son unos aparatos obviamente de carácter fascista inspirados en los Camisas Negras de Mussolini, los sataniza diciendo que los violentos son los opositores cuando son ellos los generadores de violencia.
– La última ocasión cuando se produjo una importante presencia de exilados en Venezuela fue durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en los 50. En la década siguiente se produjeron algunos casos producto de la insurgencia armada. Pero desde entonces el exilio era algo extraño y lejano para los venezolanos. Incluso la democracia fue magnánima con los militares alzados en armas en 1992.
– Sí, lo que pasa es que siempre el exilio venezolano fue político. Y por primera vez en la historia tenemos un exilio masivo en el que el componente político es muy pequeño en comparación con el componente de gente que está buscando alternativas económicas y profesionales o está huyendo de la inseguridad que creo que es una de la causas mayores del exilio. O ve que se cerraron las puertas para la vida democrática y ante el fracaso económico irreversible del gobierno deciden irse a otro país.
Lo interesante es que Venezuela, probablemente el país que fue más abierto a los inmigrantes en toda América Latina, un país cuya entrada al Siglo XX se produce en los años 40 como decía Mariano Picón Salas, se hace a través del exilio interior y de la inmigración desde el exterior. Es decir, la vida en las grandes ciudades se hace con los andinos, los orientales y los llaneros que emigran a las urbes junto con los españoles, los italianos, los portugueses y los libaneses, primero, y los colombianos y los exiliados políticos del Cono Sur, después. Somos una sociedad, en ese sentido, muy abierta, multicultural.
Nuestras costumbres están absolutamente marcadas por el peso de las migraciones. Y pasamos de ser un país receptor de migraciones a uno exportador de las mismas. Esto nos tiene muy perturbados. No tenemos cuentos como los de los abuelos italianos o españoles que nos digan que esto ha ocurrido siempre. Nos llega además a una generación que creía que el futuro era inexorablemente bueno.
Los que tenemos entre 50 y 65 años crecimos en democracia y creíamos que el país iba directo al desarrollo, que íbamos a ser siempre ricos. Pues no, todo esto se invirtió y ahora se mezclan dos cosas: la migración a secas por razones económicas y profesionales que comenzó mucho antes del chavismo, recordemos a los balseros del aire venezolanos en Miami, y la sensación de impotencia, de dolor, de desesperación y hasta de culpa que le produce a muchos estar afuera buscando la vida aunque estén siempre pegados como un cordón umbilical con lo que ocurre en Venezuela.
Yo he estado en casas de amigos venezolanos en Miami o Madrid que sabían más de Venezuela que yo que vivía allí. Esta mezcla está produciendo un nuevo tipo de venezolano, uno que está fuera del territorio y que según el sociólogo Tomás Páez llega al orden de los dos millones, que está aprendiendo a emigrar, a organizarse y a actuar políticamente fuera de su territorio.
Son tres aprendizajes muy difíciles, uno el de ser migrante, dos el de sufrir de alguna manera pequeñas discriminaciones y estigmas, en unos países más que en otros, y tres la enseñanza política. Es un aprendizaje que también es psicológico, pues mucha gente tiene que aprender cómo estar afuera y no sufrir tanto por el país. He visto a gente llorar y debe de haber un proceso de fortalecimiento interno y de organización que ayude al que está en el exterior a sentirse que es útil. Eso eliminaría o aligeraría esa sensación de culpa o de inutilidad que algunos tienen con relación a salir de esta dictadura cada vez más fuerte.
– ¿Sabremos algún día las consecuencias de este fenómeno migratorio masivo? ¿Aportará elementos positivos al país?
– Sí y siempre ha sido así. La emigración, por ejemplo, tiene una parte que se refleja en que se me fue un talento de la universidad, pero tiene otra parte y es que ese talento que está afuera puede ser ahora un gran articulador entre lo que ocurre en el extranjero y lo que ocurre en Venezuela.
De hecho, el sociólogo Tomás Páez cuenta que se están dando casos en que por ejemplo un investigador que está en Boston, digamos en un centro de cardiología, logra que un hospital o una sociedad cardiológica de Massachusetts le done a una universidad venezolana unos equipos que son indispensables en Venezuela. O cómo se van creando redes científicas, académicas o de la industria de la restauración.
También tenemos el caso de jóvenes que se han convertido en exitosos, exigentes e innovadores emprendedores afuera. Imaginemos el potencial de gente que vamos a tener que está en la cresta de la ola en distintos campos. Seremos más cosmopolitas y nos miraremos menos al ombligo. Para la reconstrucción esa gente va a ser indispensable. Esto también es una gran ganancia.
– ¿Tras el incidente del mensaje en Twitter qué ha pensado sobre el papel de las redes sociales? Son innumerables los casos en que las opiniones allí expresadas generan malas interpretaciones y confusión. Y buena parte del debate de ideas a nivel mundial tiene lugar allí. Trump es un caso emblemático.
– Las redes sociales son la nueva realidad de la información. Allí hay tres fenómenos importantísimos. Para el caso venezolano y de otros países donde hay restricciones a la libertad de expresión, sin las redes no hubiese sido posible este movimiento político tan vigoroso que se está produciendo. Y estamos viendo mucha capacidad de innovación, como estos portales que dan noticias cada dos o tres horas donde participan muchos periodistas y donde se lucha contra el anonimato y los rumores, eso que se llama la post verdad.
La gran ventaja de las redes sociales es su capacidad para derrotar a los sistemas de control de los poderes políticos y de los grandes emporios informativos. ¿Cuál es el problema? Que también las redes sociales por su facilidad y su fragilidad se prestan para todo tipo de manipulación y engaño y necesitan de un proceso de educación de los usuarios para aprender a distinguir entre lo falso y lo verdadero, entre el rumor y la noticia, entre la estrategia de generar confusiones como lo hacen el G2 cubano y el gobierno venezolano, inventando noticias para luego atribuírselas a la oposición. Esas son las dos caras de las redes sociales.
Creo por lo tanto necesaria una nueva educación y, a la larga, vamos a ver el surgimiento de algo equivalente a los periódicos en las redes sociales, pues éstas generan una especie de caos, de dificultad para que el ciudadano pueda enterarse, hacerse una visión de conjunto de la realidad. Ese era el papel del periódico, que empaquetaba la realidad de una manera que le daba sentido a lo que era difuso. Hoy en día no, hoy si sólo vemos un solo tipo de red podemos quedar desinformados de lo que ocurre en nuestro país o en el mundo.
Hoy, por ejemplo, en Venezuela no nos podemos enterar del movimiento cultural en conjunto porque no hay secciones culturales que nos digan hay esto en artes plásticas, en teatro, en literatura, en música, en patrimonio. Y si vemos únicamente determinados portales no tenemos la visión de conjunto. Por eso creo que muy pronto aparecerán con más fuerza portales y servicios que tengan suficiente credibilidad y que ayuden al ciudadano a organizar una visión más de conjunto, menos segmentada y fractal de la realidad que la que se logra hacer hoy en día en Internet.
– Usted se fue de Venezuela en un momento de máxima tensión, con masivas protestas diarias que han dejado más de medio centenar de muertos. ¿Cuál es su diagnóstico de la situación nacional hoy? Hace tres años usted dijo en una entrevista que no vivíamos en dictadura pero tampoco en democracia. Desde entonces ha corrido mucha agua.
– Recientemente escribí un artículo titulado La nueva etapa, donde decía que eso que yo y mucha otra gente había denominado el neo autoritarismo, que era una manera de ejercer el poder tratando de lograr el mismo control absoluto de las dictaduras pero sin abandonar la máscara democrática, es decir haciendo elecciones, revocatorios, permitiendo la existencia de partidos políticos, dejando algunos medios de comunicación privados, ya terminó. Para eso hay tres hechos decisivos.
Primero la muerte de Hugo Chávez. Al quedarse el chavismo sin Chávez se queda sin su corazón pues a diferencia de los demás movimientos políticos de la democracia venezolana no responde a un partido político sino a un aluvión de opinión y de emoción que se crea en torno a una persona. Betancourt, Leoni, Caldera y Lusinchi fueron presidentes no porque fueran unos héroes o unos líderes de masas sino porque formaban parte de un partido y una doctrina. Al no estar Chávez, que fue el que creó ese aluvión, el chavismo pierde su corazón. No por casualidad Fidel Castro decía que sin Chávez no iba a haber revolución. Y por eso la muerte de él es un momento de quiebre absoluto en el proyecto que giraba alrededor de su persona. En segundo lugar, la pérdida de la popularidad.
Al convertirse en minoría en las elecciones legislativas de 2015 ya el chavismo no puede seguir siendo neo autoritario y tiene que tomar una decisión: o es autoritario de verdad y se convierte en una dictadura de hecho o tiene que ceder el poder, con lo cual ya no sería una revolución porque las revoluciones no entregan el poder.
Estamos entonces en un momento en el que empieza a acabarse la etapa neo autoritaria y entramos de lleno en lo que estamos viviendo que es un intento de gobierno autoritario, dictatorial, que no termina de atreverse por las circunstancias internacionales, por el costo en vidas que significa y por la desgracia económica que acarrearía.
Por lo tanto, ya la oposición no puede seguir haciendo política como la hizo hasta ahora cuando había un pedazo de juego democrático y había que usarlo. Pero en estos momentos estamos en otra situación, estamos jugando con un jugador que tiene las cartas marcadas, mientras que nosotros estamos rodeados por unos hombres armados que nos tienen secuestrados.
La imagen que yo tengo de Venezuela hoy es la de un tahúr que está jugando con un turista que va en un barco fluvial a la deriva, donde los pasajeros van secuestrados por una minoría de hombres armados. El punto es que esos secuestradores también van en ese barco a la deriva y nadie sabe a cuántos kilómetros está el salto de agua. La oposición está haciendo lo correcto y es no seguir esperando si un día el gobierno acepta cumplir la Constitución.
Tiene que estar en la calle, peleando, luchando, enfrentándose, en un camino sin retorno. Ese es el problema en este momento: los dos sectores están sin retorno. El gobierno sabe que si cede está amenazado no sólo de perder el poder sino de perderlo todo porque no quiso hacer política en el momento justo para no convertirse en esta minoría que es. Y la oposición democrática porque sabe que si retorna se va a encontrar no con el neo autoritarismo sino con el autoritarismo puro, gobierno militar puro, del cual no podremos salir en muchos, muchos años, si logran ejecutarlo.
Lo trágico es que este juego, con los dos bandos confrontándose sistemáticamente, puede durar años. Está claro que una buena parte de los ciudadanos demócratas está decidida a jugársela todas con tal de no aceptar la imposición totalitaria de un gobierno militar que ya ni quiera tiene máscara democrática.
– Maduro está intentando imponer la Asamblea Constituyente como un salvavidas para superar la actual crisis y mantenerse en el poder. ¿En vista del rechazo que esta propuesta ha generado es factible que cristalice y, de ser así, qué consecuencias traería?
– La única manera de que la Constituyente cristalice es que en verdad el gobierno sea ya militar, es decir que las tropas saquen a los diputados de la Asamblea Nacional y metan a los nuevos que van a nombrar. En los términos en que está planteada la Constituyente, la manera en que se eligen los constituyentistas, no hay derrota posible, porque es a dedo, no son elecciones libres y universales. Es el fin de la democracia.
Luego esa Constituyente eliminaría las gobernaciones y eliminaría las alcaldías. Mientras tanto llegaríamos a 2018 y ellos lograrían tomar un año de aire que es lo que se han planteado. Yo veo muy difícil que la Constituyente suceda, a menos que ellos estén dispuestos no ya a 50 muertos en 50 días sino a miles de muertos en los próximos 50 días.
– Apenas semanas antes de las protestas, la oposición parecía dividida y desorientada e incluso arrinconada por el gobierno. ¿Advierte algún cambio en el mundo opositor venezolano?
– Sí. Creo que no es fácil hacer política en las condiciones que le toca al liderazgo de la oposición. Nosotros sabemos hacer política en democracia. Incluso, si nos atenemos a la experiencia de nuestros padres, sabemos hacer política en dictadura.
Pero no sabemos hacer política frente a un Estado malandro, que es lo novedoso. Este no es un Estado comunista, este no es un Estado militar clásico a lo Pinochet, este no es un Estado democrático. Este es un Estado malandro, es decir un Estado que viola sistemáticamente las reglas de juego, se burla del otro, lo desconoce y los desprecia. Pero tampoco es capaz de llevar la sangre al río que es la condición necesaria para hacer la revolución. Por eso, en apenas 10 años Cuba fue otro país porque la revolución mató a un montón de gente, después mandó al exilio a otra parte, cambió la moneda, eliminó la propiedad privada.
Estos han querido hacerlo poco a poco y no han podido porque les fallaron los dos pilares básicos del proceso: Chávez y los petrodólares. Y sin ellos el modelo es imposible. Por eso han tenido que ir hacia el lado represivo. Hacer política en estas condiciones es muy difícil. Hay que tener mucha imaginación pues no sabes exactamente con qué viene el contendor. No es como hacer política en Costa Rica, en México o en Brasil donde los poderes todavía tienen autonomía.
Creo que la oposición entendió tarde, pero lo entendió, que ya no se podía seguir haciendo política como antes. Esta decisión no solamente la ha unificado sino que demuestra que en este momento todos los modelos de lucha son necesarios: la gente que sale pacíficamente con su familia y llega hasta un punto porque no quiere correr riesgos con las bombas. Esos son los indispensables. Pero el que confronta en una pequeña población a unos militares que ni siquiera lo dejan reunirse y se enfrenta con violencia defensiva, ese también es necesario. Y los imaginativos que están proponiendo la lucha pacífica, como los periodistas que se montan en los autobuses y dan las noticias a través de un recuadro de cartón que imita a un televisor, esos también son necesarios. Y así, podemos mencionar otros casos como el el joven que de desnuda con una Biblia frente a la fuerzas del orden la señora que se enfrenta sola a una tanqueta o los artistas que realizan instalaciones en las calles.
En este momento los tres modos de lucha son indispensables pero teniendo claro algo. Si no tenemos disciplina, si no respetamos las decisiones de la dirección política, si no aceptamos que sólo debe haber una sola dirección política no vamos a salir de esto. Y eso tiene que ganárselo la dirigencia. Y a tanto opinador loco que hay por allí suelto hay que pedirle que se calle mientras no tenga alguna alternativa sólida.
–Estamos viendo en el chavismo un incesante goteo de personas que se están desmarcando del gobierno de Maduro. ¿Qué tan importante puede llegar a ser este fenómeno? ¿Puede preverse una fractura más clara y traumática?
-Este goteo es importantísimo porque demuestra que ya no está la figura que cohesionaba. Demuestra, además, que mucha gente ya no tiene miedo al chantaje. Todo el que se salía del chavismo era castigado. Iba preso, perdía su carrera política, se le hostigaba a su familia. Ahora son más numerosos, como se ve con los casos de Marea Socialista, la fiscal Ortega y Mary Pili Hernández. Así fue como cayó Alemania Oriental y de alguna manera el bloque soviético.
Cansados de proteger cosas horribles, violaciones de derechos, equivocaciones económicas, muchísima gente, incluyendo los cuadros medios y bajos de las fuerzas armadas empezaron a desertar literalmente del proyecto hasta que cayó el Muro de Berlín. Esta es otra época, no hay Guerra Fría, no hay un modelo comunista pero, moralmente y también operativamente en términos de gobernabilidad, estos quiebres van minando la capacidad y la eficacia del gobierno.
Yo espero, en el fondo, que aparezca una figura de esas que Hans Magnus Enzensberger llama héroes de la transición, que no son los que construyen grandes procesos sino los que ayudan a que terminen de la manera menos costosa posible. Hablo de hombres como Gorbachov o como Adolfo Suárez, quienes impidieron que el final del mundo soviético terminara en una catástrofe o que el final del franquismo terminara de nuevo en una guerra. Son hombres que siendo parte de los regímenes que están muriendo, se convierten en grandes facilitadores tanto para que no vaya la sangre al río como para que también se respete a los miembros del gobierno anterior y se les preserve sus derechos. Ojalá apareciera un héroe de esos en este momento.
– Las simpatías activas o pasivas que despertó Chávez en el mundo han pasado hoy en día a un creciente aislamiento internacional del gobierno de Maduro. ¿Aprecia este cambio como un factor fundamental en la salida a la actual crisis? ¿Se puede mantener en el tiempo? Se lo pregunto porque gobiernos muy críticos con Caracas como el brasileño están hoy también en la picota. Y vemos igualmente cómo el gobierno nacional logra tomar aire con la venta de los bonos de Pdvsa a Goldman Sachs.
– Creo que la era de oro del Socialismo del Siglo XXI y del mito de Chávez terminó. El chavismo, para usar una frase que utilizó Bentancourt contra Jóvito Villalba, es un cadáver insepulto que se mantiene con vida en una sala de terapia intensiva a través del respirador mecánico que le dan los militares, los grupos paramilitares y las organizaciones de inteligencia cubanas.
Están muertos en la opinión internacional pero eso no significa que eso tenga una grave repercusión en la vida nacional porque, por la vía en que va el chavismo, puede terminar como la Albania de Enver Hoxa, aislado claramente del mundo. Me salgo de la OEA, me algo de la ONU, me salgo de la CIDH, me salgo de la OMC, soy un Estado rebelde. Y eso en una cabeza enajenada como la de estos fanáticos es muy fácil que pueda ocurrir. Nos metería en un problema de grandes dimensiones porque podríamos pasar años en caos y además las oposiciones podrían generar movimientos que se les vaya de las manos a los líderes políticos.
Podríamos entrar en un caos donde, como en los años 50 colombianos, se creen grupos que operan violentamente sin tener ninguna conexión con algún partido u organización. No la tenemos fácil ni los que dirigen el gobierno, ni los que dirigen la oposición, ni los ciudadanos comunes. Estamos en un tipo de guerra muy paradójica, muy nueva. Un tipo de guerra que no se parece ni a las guerras civiles ni a las operaciones represivas de las dictaduras, sino a una rebelión popular que no logra cristalizar porque no tiene la fuerza suficiente para pasar por encima del aparato represivo del Estado. Esta forma de rebelión está generando mucha imaginación política, mucha imaginación comunicacional, nuevas formas de organización y solidaridad entre la población.
Estamos en un momento donde todo se desbordó y así como ellos ponen metras en lugar de balines, del otro lado también aprenden a defenderse. Estamos en un momento muy lamentable, con la desgracia de que no veo al gobierno con ganas de dialogar, con ganas de hacer lo único que se les pide: elecciones libres. No creo que las fuerzas internacionales tengan alguna manera de convencerlos de actuar de otro modo. La única posibilidad está en su cabeza y en su juicio. O en una fractura tan grande que los obligue a retroceder.
–¿A su juicio, qué desafíos enfrentará el país en una eventual transición?
– Uff, muchos. El primero, cómo frenar de inmediato dos cosas. Los grupos paramilitares, comprándolos o encarcelándolos, lo que es más difícil. Ocurrió en la Unión Soviética donde después de la caída del comunismo quedó un país de mafias. Venezuela también lo puede ser.
El trabajo de desmontar las mafias del narcotráfico, de la manipulación del dólar, de la distribución de mercancías, de las que trafican con personas, es muy difícil de hacer. La segunda es la más importante en términos de calidad de vida y es la recuperación económica. Pero esa yo la veo relativamente fácil comparada con las dimensiones de la otra. La de las mafias está asociada a la lucha contra la anomia, contra la crisis de espiritualidad.
La de la recuperación económica conlleva un costo para la población con cosas que hay que hacer como unificar el cambio del dólar, reducir el déficit fiscal, incentivar la inversión extranjera, recuperar la agroindustria y el aparato productivo. También tenemos que ver cómo recuperamos la autonomía de los poderes. El reto de los venezolanos es doble, recoger los platos rotos del bipartidismo, que los dejó y bastantes, y recoger las ruinas precoces del chavismo que son ruinas morales, ruinas institucionales y ruinas económicas. Es un trabajo de reconstrucción nacional. Es una post guerra, en el sentido de lo que ocurrió en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
-Los retos económicos, políticos y sociales que se le presentan al país en un nuevo panorama nacional lucen como tareas gigantescas. Pero pareciera aún más difícil enfrentar los cambios culturales ligados a los comportamientos que se derivan del rentismo petrolero, potenciados durante el actual régimen.
-Los cambios culturales son los más lentos pero son los más importantes. Yo diría que hay que atacar seis patologías. La primera, el estatismo que ya venía muy fuerte con el bipartidismo, con el perezjimenismo, con el gomecismo y hasta con Guzmán Blanco.
El estatismo en Venezuela está asociado al militarismo que es la segunda tara que tenemos que curar. El militarismo porque a diferencia de otros países, como los Estados Unidos el ejército no fue creado por el Estado sino que el Estado fue creado por el ejército. Por lo tanto, hay lo que podríamos llamar una falla de origen. Y el militarismo está asociado a otra cosa trágica que es el culto a Bolívar. Eso no lo vio a tiempo el bipartidismo y es un caballo de Troya, hermoso, colosal, que lleva adentro los bacilos del militarismo, del individualismo, del mesianismo y del propio estatismo.
Esas tres cosas y el reforzamiento de la iniciativa individual en contra del colectivismo, son cuatro patologías que existían desde antes y que este gobierno exacerbó, multiplicó. La otra patología es el déficit de ciudadanía. El venezolano es un medio ciudadano porque se le ha venido reforzando la idea de que tiene derechos pero no tiene deberes, no tiene compromisos con lo colectivo, no tiene responsabilidades con la vida urbana, no tiene responsabilidades, a veces, ni con el condominio de su propio edificio. Y luego está la anomia que es la quinta patología.
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